Enreda

ivy-stone-wallLa hiedra cubre la pared de más de diez metros de alto; los bichitos se arrastran por entre las hojas amarronadas, algunos ciempiés se confunden con los tallos llenos de raicitas. También las arañitas se animan a anidar entre el follaje, seguro que ahí siempre llegan otros bichos para alimentarles la cría. Hasta un camino de hormigas se abre paso, como en busca de un tesoro perdido. En realidad, como nos dijeron en el vivero, son cuatro especies de planta trepadora: la hedera verde y blanca, la hiedra alemana de adusto verde petróleo, la ampelopsis de noble color rojizo, y la ficus con sus hojitas redondas; entre las cuatro forman una masa tupida y multicolor, llena de vida; todo un mundo en una pared alta.

Pero Lucas no está para disfrutar con eso hoy; mañana tiene que hablar con el jefe, y ¡cómo lo pone de mal humor bancarse a ese tipo! Ahí no importan la instrucción, ni la decencia, ni el mérito, es todo cuestión de agarrarlo justo, distraído, y de ver quién puede más. Es más fácil que uno de esos ciempiés llegue arriba de todo y salte al vacío, que convencer a ese jefe de que uno hace las cosas como se debe. Pero no queda otra; ese ente autónomo, con tantos empleados públicos que lustran la silla, parece tan inmutable como otro muro de hiedra que también cubre su edificio. Pero más que una urdimbre de hiedras, más bien parece una gran red de telarañas. Telarañas de insidia, telarañas de desidia, telarañas de intrigas, telarañas de haraganería, telarañas de chismes, telarañas inútiles. Tanta urdimbre de telarañas le molesta a cualquier tipo sensato, pero es lo que hay. Hay que conformarse con ese ecosistema, porque si no te gusta, vas a la calle, y la calle está dura en estos tiempos, no hay trabajo por ningún lado, te tenés que ir. La hiedra tiene raíces adventicias para agarrarse firme a la pared; pero en estas telarañas, más que adventicios, hay advenedizos que se cuelgan por todos lados. En cualquier momento, a los muchachos se les ocurre sacar a los bichos que sobran en la telaraña, y chau inamovilidad.

Estaba empezando a pensarse un argumento para tratar de entrarle al jefe por algún lado que sirviera, cuando Pochita lo llamó a gritos. Le cortó la inspiración, igual que siempre. Y no era para menos: había dejado la canilla abierta, la manguera a medio enchufar se había zafado, y todo el patio estaba encharcado de agua.

—Pero… si serás distraído, Luqui… Vos sabés que a las espadas de san Jorge que tanto me costó plantar, les hace mal el agua. Vos siempre pensando en pavadas, y encima otra vez te olvidaste de ir a comprarme la leche para los chiquilines. Y mañana, ¿qué desayunan?

Allá va Lucas a tratar de conseguir leche; por suerte es amigo del almacenero. Le golpea, le llora la milonga, le compra una botella de a litro. Pero antes de volver, arranca para Veintiuno. Llega al quiosco, pide Nevada con filtro, saca los últimos veinte nuevos pesos que tiene en el bolsillo, paga, y se vuelve pitando. El humo lo ayuda a aclarar las ideas; pero el viento que sopla por Luis de la Torre le llena la cara de pelusa, y eso es muy fastidioso. Deja la botella de leche en un murito, se restriega los ojos y, al mirar para abajo, no puede creer lo que ve: tirado allá entre las malvas, medio tapado por la pelusa de los plátanos, un portafolio. No es cualquier portafolio, no; es de cuero de yacaré, de los buenos que ya no se consiguen. Tira el cigarro y se acerca al portafolio; lo mira, se muere de ganas de agarrarlo y abrirlo. Un follaje de ideas le bulle en la cabeza.


Publicado en Letras&Poesía en noviembre de 2016.

2 comentarios sobre “Enreda

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