Primeros tantos

Primeros-tantos

Mauro se instaló en la puerta y la esperó a que llegara. Ahora, solo ella le importaba.

No le interesaba haber sido el goleador campeón de la cancha. Ahora buscaba otra cosa.

Ya no soportaba más así, sin poner en práctica de una vez lo que él sentía como su hombría. Era apenas un cachorro de dieciséis, pero ya nadie lo iba a frenar.

Hacía meses que su pobre madre ya no estaba en este mundo. La misma que una y otra vez rezaba pidiendo por su único tesoro, que no le faltase nada, que no le pasase nada. Quería que él fuese bueno, muy bueno. Lo vivía advirtiendo de la maldad de la que podían llegar a ser capaces los hombres. Como aquel que la había preñado. Como ese miserable que le había plantado su semilla para después echarla lejos.

Pero ahora, su madre ya no estaba. Y él no tenía la culpa. No sentía culpa…

Ya su madre no lo advertía ni lo rezongaba. Él tampoco le debía nada a ese engendro que lo había procreado a la fuerza. Al no tener un padre de ejemplo, Mauro se iba a inventar. Él iba a ser su propio ejemplo de que sí podía ser mejor.

Eficaz. Único.

Instintivo.

Por fin, ella apareció a lo lejos. Con la prenda que él le había arrojado en pleno partido.

Ella tenía su camiseta de fútbol puesta al hombro. Se la acariciaba en la mejilla. No cabía duda: se deleitaba con su aroma. Con olor a él.

Mauro esperó a que se acercara. Ella se estremeció al verlo. Él la miró bien fijo.

Fueron pocas las palabras. Él la necesitaba. Primera vez. Que fuera la primera de varias.

Ella no le supo decir que no. Insegura, sacudía la cabeza, como un no que era un sí.

Porque ella sí se sabía cuidar. Y sabía cuándo resistirse y cuándo no.

Impulsivo pero suave, Mauro avanzó. La cintura con las manos le rodeó y, callado, mirándola fijo siguió. Ella se le abandonó, la mejilla pálida contra el hombro cobrizo recostó. La respiración profunda se escuchó, latiendo fuerte el corazón.

Los ojos se buscaron como al descuido. Él conoció su primer beso. Y otro. Y otro. Y otro.

Ella lo tomó de la mano y entraron. Y así se entreveraron. Ya no se soltaron.

El verano arrancó muy cálido.

Mauro al fin pudo mirar al sol sin quemarse. Ser dueño de su propia sombra. Pisar con ganas.

Arrojarse a bucear.

La vida le volvió a fluir.

La savia vigorosa corriendo por el tronco.

Como agua de un arroyo subterráneo.

Mojarritas que se mueven nadando.

La ribera húmeda del río.

Intensos soplidos del viento entre las rocas.

Yacer en la playa.

Todo calla.

Allá afuera, la hornalla.

De un sol que las piedras raja.

De una calle peligrosa que les ladra.

«Rap, sexo y saxofón» del álbum La revancha de los tímidos, por los colombianos Alcolirykoz (2009). No pienses, más vale la pena dejarlo fluir.


Ya publicado el mes pasado en Letras&Poesía.

5 comentarios sobre “Primeros tantos

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