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Celebración

Misa alegre

Los padres de Gonza cumplían veinte años de casados. El mismo día, Inés cumplía los cuarenta. Quería festejar con toda su gente querida. Organizó un almuerzo para el primer sábado de marzo. Además, aunque no era muy practicante, se sintió muy a gusto con la idea de celebrar una misa, tenía ganas de festejar de varias maneras. Muy agradecida con Dios y con la vida. Imposible olvidarse que, tan solo cuatro años atrás, con su operación, había estado cerca de no poder contar el cuento.

Tras la bendición inicial, el cura párroco, de atildados modales franceses, agradeció la presencia de tantos visitantes, especialmente los jóvenes, en esa misa en la que se celebraban veinte años de casados de un feliz matrimonio. También pidió que, por favor, apagasen los celulares y se dedicasen a vivir ese rato que, lo sabía, iba a ser diferente para muchos.

Llegado el momento de la homilía, el párroco improvisó unas palabras para la ocasión. Tras la conversación previa con Inés, era consciente de que, además de los locatarios y otros feligreses católicos, había varios visitantes de otros credos, amigos de la familia. Evangélicos, valdenses, armenios, algún musulmán y por lo menos tres judíos, uno de ellos viejo amigo de la casa, el florista. El clérigo, de brillante cultura general, puso como ejemplo a esa pareja, integrada por una católica y un evangélico luterano que, si bien no se había convertido, había aceptado celebrar su boda en ese templo por puro amor a su compañera de vida. Un ejemplo para la historia; venían a cuento las memorias de siglos atrás cuando la ancestral Europa se destrozaba en guerras de religión, justamente entre católicos y luteranos. Profundizó en la necesidad de entendimiento y respeto entre las distintas culturas y religiones, más en el mundo de este tumultuoso siglo veintiuno.

Amir, con la ayuda de sus amigos, entendió perfecto la alusión a la necesidad de diálogo interreligioso. No era la primera vez que escuchaba eso en suelo uruguayo, se acordaba de la charla dictada por un rabino; había dicho lo mismo casi palabra por palabra. Por su cabeza pasaron las escenas terribles de lo que sufría su patria; ansiando un cambio profundo, le salió bien desde adentro un Insha’Allah!.

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La nena muestra al novio

elegant couple

Con diecisiete, Inés iba dejando atrás la adolescente para hacerse mujercita. Además, ella no quería ser la novia en secreto, no, señor. Quería mostrar a su novio. Ir con él a cualquier lado. Presentarlo a su familia, allá en el pueblo. ¿Cómo hacían? La nena menor de edad, ennoviada con alguien de… ¿cuánto?

—A ver, vos no tenés cara de tan grande, ni siquiera una arruguita, tenés rasgos de chiquilín y todo, pasás por menos. Veintitrés está bien. Mis padres se llevan ocho años. No van a decir nada.

Gofi quedó rojo de vergüenza ajena, ¡mentirles la edad del novio a sus propios padres!

—Por favor, no hagas eso, te lo pido, antes prefiero que me echen.

—No, a vos nadie te va a echar, dejámelo a mí. Capaz que ni tengo que decir nada. Tranquilo. Manso.

Dos intensos meses después de aquel primer beso, a Inés se le ocurrió la ocasión inmejorable para presentar a Godofredo en su casa. Y la hizo completa. No fue un aburrido domingo en familia, no. Había que evitar los interrogatorios, mostrar todo como algo consumado, sin vuelta atrás. Fue apenas unas horas antes de que todos fuesen al casamiento de su tía Evelyn. Todas las mujeres de la familia preocupadísimas con el maquillaje, el peinado, la ropa, los zapatos, todo. La casa era un lío, llena de parientes que habían venido por el día. Los dos baños llenos de toallas, petacas de maquillaje y lápices labiales. ¡Justo hoy se le ocurre a la nena traer al novio! Ella siempre termina haciendo lo que quiere, esta chiquilina y sus ideas. Pobre muchacho, no tiene la culpa. ¡Y miren qué cara de enamorado que tiene! Los ojitos lo regalan. Nunca debe de haber tenido novia, pobre. Inés lo lleva de la correa.

Gofi lucía jovencísimo y elegante en su traje azul nuevo. Inés se vistió y maquilló para parecer de mucho más de veinte. Todos los parientes, amigos y allegados quedaron impactados con la nena y el novio, fueron la atracción de la fiesta, parecía que eran ellos los que se casaban.


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Flor de cita

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El día que ella cumplió diecisiete (él ya sabía perfecto que era ese día), no aguantó más y le llevó un enorme ramo de flores, la esperó en la puerta del liceo. Si para ella eso era un papelón, más valía que lo plantase ahora para siempre. Qué risa. Un galán bien anticuado, mucho mayor que ella, aunque casi los dos de la misma estatura. Iba a impresionarla. A mostrarle que él se interesaba en ella, y mucho. Pero tenía que ser ella quien lo rechazara. Ella se iba a dar cuenta, si era viva, de que no le servía fijarse en un viejo.

Porque además, pocos días antes, Gofi había cumplido las tres décadas. Solo que por dentro no se sentía nada viejo, iba por más en la vida. Pero no se imaginaba que Inés se iba a dar cuenta muy fácil de su juventud interior. Gofi no corría tras urgencias básicas, las cosas de la vida ya se las conocía. Pero su corazón, su muy fresco corazón, ahí estaba, pronto. A punto de caramelo.

¡A Inés le interesó él!

Porque ella quería mucho más que esos inmaduros guarangos que la rodeaban en el liceo. Quería mucho más que un “noviete” primerizo oportunista que después la dejase por otra más experimentada que ella. Inés quería. Quería vivir en serio. Encontrar por fin alguien que valiese la pena. Alguien que la valorase, que le diese seguridad. La ocasión de mostrarse tal cual era.

Gofi no daba crédito a todo lo que estaba escuchando. Inés le marcaba los tantos. Le ponía límites; obvio, una chica con dignidad y orgullo. Pero… ¡le hablaba de todo eso! ¡Se lo decía en la cara! Ella se expresaba, no paraba de hablar, soltaba frases al vuelo cargadas de significado. Cuando a uno le dicen un montón de cosas, le dan la oportunidad de responder a todo eso. De reaccionar.

Y los ojos. Esos ojitos divinos que no paraban de mirarlo. De escrutarle lo que había más adentro. De arrancarle cosas que todavía no se atrevía a decir en palabras. Sí, está claro. Ella se daba cuenta de todo eso, y también de aquello, tonto. Es intuitiva. Es mujer.

No duró mucho ese primer encuentro, se despidieron con un beso casi al descuido. Pero Gofi estaba tranquilo. Principio requieren las cosas, y ese era el fin del principio. Después, vendría todo lo otro.


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