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Diario de mi casa

Diario de mi casa

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El cenicero está vacío en el medio de la mesa ratona. Papá dejó de fumar hace años. Mamá siempre se quejaba del olor a toscano. Ahora la alfombra está divina, bien tersa y con olorcito a lana. Da gusto tirarse y revolcarse. Uno de los gustos que me doy en casa.

Todavía no llegan papá y mamá. A veces se demoran, cuando hay tráfico para volver del Centro. O cuando tienen que pasar a hacer algún mandado por Dieciocho.

Hoy cumplo veinte. Tal vez fueron a comprar algún regalo, o alguna otra cosa.

No festejamos mucho. Yo nunca fui muy de las fiestas.

Pero ahora estoy empezando a pensar en otras cosas. Conseguirme un trabajo, a ver si hago experiencia y empiezo a tener mi plata.

La plata. Esa cosa por la que tanta gente discute. Que hace tanta falta para vivir y darse gustos. Pero que algunos amontonan sin saber para qué. Seguir leyendo «Diario de mi casa»

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Celebración

Misa alegre

Los padres de Gonza cumplían veinte años de casados. El mismo día, Inés cumplía los cuarenta. Quería festejar con toda su gente querida. Organizó un almuerzo para el primer sábado de marzo. Además, aunque no era muy practicante, se sintió muy a gusto con la idea de celebrar una misa, tenía ganas de festejar de varias maneras. Muy agradecida con Dios y con la vida. Imposible olvidarse que, tan solo cuatro años atrás, con su operación, había estado cerca de no poder contar el cuento.

Tras la bendición inicial, el cura párroco, de atildados modales franceses, agradeció la presencia de tantos visitantes, especialmente los jóvenes, en esa misa en la que se celebraban veinte años de casados de un feliz matrimonio. También pidió que, por favor, apagasen los celulares y se dedicasen a vivir ese rato que, lo sabía, iba a ser diferente para muchos.

Llegado el momento de la homilía, el párroco improvisó unas palabras para la ocasión. Tras la conversación previa con Inés, era consciente de que, además de los locatarios y otros feligreses católicos, había varios visitantes de otros credos, amigos de la familia. Evangélicos, valdenses, armenios, algún musulmán y por lo menos tres judíos, uno de ellos viejo amigo de la casa, el florista. El clérigo, de brillante cultura general, puso como ejemplo a esa pareja, integrada por una católica y un evangélico luterano que, si bien no se había convertido, había aceptado celebrar su boda en ese templo por puro amor a su compañera de vida. Un ejemplo para la historia; venían a cuento las memorias de siglos atrás cuando la ancestral Europa se destrozaba en guerras de religión, justamente entre católicos y luteranos. Profundizó en la necesidad de entendimiento y respeto entre las distintas culturas y religiones, más en el mundo de este tumultuoso siglo veintiuno.

Amir, con la ayuda de sus amigos, entendió perfecto la alusión a la necesidad de diálogo interreligioso. No era la primera vez que escuchaba eso en suelo uruguayo, se acordaba de la charla dictada por un rabino; había dicho lo mismo casi palabra por palabra. Por su cabeza pasaron las escenas terribles de lo que sufría su patria; ansiando un cambio profundo, le salió bien desde adentro un Insha’Allah!.