
Moro estaba sentado en el cordón de la vereda. Muy pensativo, seguía dándole vueltas a las confusas palabras de Amir. Significaba algo: tener pareja. Andar con alguien. O algo así. ¿Se le daría…?
Pasó Tris y lo saludó. Como Moro no le devolvió el saludo, Tris lo rezongó y le preguntó qué le estaba pasando.
—Ya sabés. Me pasaron cosas feas, por eso estoy mal. Siempre a mí.
—Moro, cortala con eso —Tris le hablaba muy duro, sin vueltas.
—No es broma. En el cuadro nos dicen “los amargos” a vos y a mí. Lo peor de todo es que es verdad.
—Vos no me estás escuchando. Atendeme, a ver si me seguís.
Tris se sentó al lado.
—De las cosas que te pasaron, no voy a opinar. Pero son cosas que “te pasan”, a todos nos pasan cosas. El asunto es cómo te las tomás. Y hay que tratar de estar bien uno, por uno mismo, para uno mismo. Si no, no te levantás más.
—¿Y qué querés que haga? ¿Cómo dejo de ser agrio?
—Perro, escuchame bien. A ver cuándo te sacás el balde y te mirás en el espejo.
—¿Qué tiene que ver eso?
—¿Qué tiene que ver? Yo te voy a contar qué tiene que ver. Tiene mucho que ver. Necesitás una mina que te levante el ánimo. Yo también estoy necesitando eso. Y vos tenés más cartas que yo abajo de la manga.
—Pará, me estás cargando. Yo, ¿más cartas que quién? Si no tengo nada… —la palabra “carta” lo ponía muy nervioso. Eso no se lo quiso contar a Tris.
—Tratá de mirarme fijo sin asustarte. Yo me miro al espejo, ya me acostumbré, pero a veces me daba miedo lo feo y deforme que soy, parezco un sapo trasnochado. Pelado me estoy quedando desde los quince, por eso me dicen Kojak. Si además le agregás que soy un antipático, con ácido en el estómago, que vivo encerrado en el sótano y que me caliento cuando me distraen de lo que estoy escribiendo o leyendo, entonces sí que tengo caso para ser “el amargo”. Pero vos, si te mirás, nada que ver. Usá el espejo, pedazo de un zapallo. Y si no, te presto uno. Sos lindo pibe, alto, flaco. Tenés esos ojos de chino que, si en vez de andar con la cabeza agachada, las mirases bien a los ojos, las matarías. Atendete lo que dice Fredo…
—Uh, no me banca.
—Es un nariz para arriba, ya sé. Pero siempre se fija en todo, piensa en todo. Aunque no lo creas, también piensa en vos. Nunca da puntada sin hilo, y tengo que reconocerle que cuando el flaco ese habla, es porque sabe. Dice que ese matorral de pelo que tenés, si te lo podaras y emprolijaras un poco, serías un langa; de la onda que quieras, pero langa al fin.
Moro se refregó las manos por el pelo. Como pensando hacerse algo.
—Además, vos que vas a la Rambla, haceme el favor de sacarte la remera y mostrar. Que te miren el físico. Esas remeras llenas de consignas políticas que ya nadie lee. Porque te aseguro, la gente de ahora ni lee.
—Pará, esta remera me la dio Tóbal el otro día, dice que me va a hablar…
—…esas remeras que no te sirven para nada, si las tiraras…
Tris ni escuchó el comentario del regalo de Tóbal y siguió con su propia línea de argumentos, mirándolo fijo a Moro.
—Si te sacás la remera y mostrás los ravioles que tenés, seguro que alguna te da bola.
—Bah, no me cargues, ravioles, si estoy más flaco… Hasta pasé hambre.
—Ravioles es como le dicen a la tabla de lavar, la barriga trabajada, con los músculos marcados. Te juro que los del trío de fierro te la envidian, la tenés así sin hacer nada. No como ellos, que se matan. A las mujeres les encanta, se enloquecen al ver eso. Pero claro, vos, te envolvés en trapos… Ahora entra el verano, el tiempo lindo, podrías hacerte ver sin problema.
—Pará, bestia, vos querés que se me tiren encima…
—Yo no digo que se te tiren encima, pero al menos, llamar un poco la atención. Te hace falta una novia a vos. ¿Entendés eso? Una novia, una mina que te banque, que te de vida.
—¿Y yo qué vida le voy a dar a ella?
—Mirá, no sigas. Los que saben, saben. Los que buscamos, por algo queremos. Yo me muero de ganas. Y fijate además que hasta Jagu, tan tranquilo siempre, me llegó a decir “cómo le hace falta una novia a Moro”. Y si no, miralo a Andy, lo bien que está con aquella.
(…)
Moro dio un paseo por el barrio. Picó tabaco y armó una chala. La luz del cigarrito le alumbró los pensamientos. Muchos amigos lo apoyan, lo aconsejan, dicen mucha cosa rara… Pero él va a ser él. Tiene casi diecisiete y va para adelante. Va a vivir, y mucho. Basta de lamentos. ¡A vivir, carajo!
Así que, a buscar una mina. Ya mismo. Sin intermediarios. Si no puede ser Susi, va a ser otra. Dicen que sobran…
Anduvo vichando a las chicas que pasaban. A alguna se animó a decirle algo. Trató de inspirarse copiando a alguno de sus amigos más atrevidos. Pero claro, si hay varios que se atreven. Se acordó de aquella tarde que recorrieron todo el barrio con Malik. A ser más deslenguado, a no importarle decir cosas.
Cuando estaba sentado en el banco de una plaza, Moro se animó a gritarle “¡Adiós, Daniela!” a una que pasaba, que se dio vuelta para hacerle una carita.
No supo que justo Susi pasaba por detrás. ¡Se puso celosa!
Extraído de Amigos orientales, disponible en Amazon y librerías.
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