La calle Joaquín Núñez, en la cuadra de Luis de la Torre a Benito Nardone, fue mi patria chica durante cuatro años. Ese viejo Punta Carretas con doñas que salían a barrer la vereda, con almacenes esquina por medio, afiladores de cuchillos, heladeros y vendedores de barquillos, estaba lleno de vida tranquila.
Pero no solo eso. También era un muestrario de familias inmigrantes. Atrás de casa vivían dos eslovenas, al lado una polaca casada con un inglés, del otro lado unos franceses. En la vereda de enfrente una familia de brasileños; a la vuelta se escuchaban palabras en alemán pronunciadas por la esposa del médico. Sin olvidar, claro, al matrimonio de almaceneros gallegos de la esquina, un poco más allá unas italianas, seguidas de unas vascas jubiladas.
Y, como Montevideo es un pañuelito y todos nos conocemos, mi barrio no podía ser la excepción. A la vuelta de la esquina, en Luis de la Torre, vivía un grande de la pantalla chica conocido en las dos orillas. Ricardo Espalter, al que yo llamaba Jaujarana, por su programa cómico de esa época.
Interesante. Yo creía que Caracas era la única ciudad donde se dan direcciones de esquina a esquina («de Marrón a Pelota» o «de Gradillas a La Torre»).
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