Hace unos años, día y noche veía corretear por mi escritorio un montón de personajes juveniles. Apenas esbozados, con dos o tres rasgos faciales, físicos a trazos de brocha gorda, nombretes y mañas varias. Sí: los oía hablar, gritar y festejar goles.
¿Loco? No, no estoy loco. Tampoco estoy solo. Muchas voces me acompañan. Voces de verdad.
Un interesantísimo artículo en The Guardian confirma que lo que sentí es más común de lo que me imaginaba: el resultado de un estudio arrojó que un 57 por ciento de los autores «oyen» hablar a sus personajes. Algunos tan conocidos como Enid Blyton, quien afirmó «ver y oír todo», o Alice Walker que los recibía «viniendo para una visita… y hablaban». Pero además, hay otros autores anónimos que aseguran: «cuando intento ponerles palabras en sus bocas en vez de escucharlos, a menudo me retrucan; y entonces discutimos, hasta que por fin entiendo lo que ellos dirían por su cuenta».
Mientras los científicos continúan enfrascados en sus sesudas discusiones, quienes escribimos nos deleitamos escuchando las voces de nuestros personajes. ¿Querés experimentarlas vos también?
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