En Otoño un lunes, la autora Lorena Giménez nos lleva de viaje por las almas de dos personas que no encuentran su lugar en un mundo ancho y ajeno. Tal vez sea por sus orígenes familiares deslocalizados, o por sus disímiles ansias de vivir a pleno. La narradora sufre con su dificultoso amor por Dino, ese chiquilín grande que se encierra tras un infranqueable muro, pero igual la retruca en un onírico personaje literario.
Despiertan numerosos sentimientos encontrados. Los personajes son cual aves migratorias que temen alzar sus alas por miedo al contraste de los climas. El sol de la patria queda demasiado alejado para calentar el corazón, pero el boreal sol de medianoche desnortea a esa dupla de latinos. Mientras los cuervos lloran a uno de sus difuntos, un humano se resiste a procesar el duelo por su distante padre. Se superponen ritos sin sentido, que todos tenemos, con sentidos que se nos entreveran. En tanto que los rincones se llenan de objetos atesorados, como los que todos guardamos en los olvidados cajones de la memoria. Los tiempos parecen detenerse, cuando de repente los vértigos arremeten angustiantes. Escasea el coraje para sentir el dolor. Falla la entereza para concluir una relación. Pero aparecen las ansias por seguir adelante, porque ya no hay vuelta atrás posible. ¿Es Montevideo o Estocolmo? Son destinos distantes. Dos.
Quien busque una obra interpelante, cuestionadora, inquietante, inconformista, seguro que encontrará aquí una alternancia de emociones tan cautivante como la sucesión de las estaciones, con el fondo del imperdible otoño rojizo de los robledales escandinavos.
Otoño un lunes, por Lorena Giménez. Estela Editora, 2015, 112 páginas. ISBN 9789974854802. Disponible en: La Lupa, Escaramuza, Parisson y Deshoras Café Cultural.
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