Ella corre la cortina, que entre sol. Se agacha junto a él, le acaricia los pectorales bien trabajados, le habla al oído.
—¿Vas a quedarte a desayunar, mi negrito?
—Mmmh… ah, buen día. ¿Qué hora es?
—Mi negro, ¿modosito te pusiste hoy? Anoche estabas tan apasionado…
—¡Las diez! Se me hace tarde para empezar mi horario en el taxi. ¡Me voy ya mismo!
—Pero antes… —ella intenta arrancarle un beso de labios carnosos.
—Listo, bastó —él la aparta, aferrándole los hombros con sus manos fuertes.
—Pero… ¡no seas bruto! —ella se acaricia el hombro, no sin antes apretarle el bíceps con la otra mano.
—No seas larva. Dale que se me hace tarde —él manotea en el aire, evitándola al levantarse.
Se lava la cara, junta la ropa, se viste y se va. Lo que ella le lanza con la lengua le rebota en los oídos y en la piel.
—¡Qué poco lo tuyo! ¡Ojalá te atropellen! —se oye tras el portazo.
Poco. Muy poco más que otra más. Solo que anoche ella le había arrancado algunos detalles que podrían haber hecho diferente el asunto. Cumplía sus treinta muy soltero. Que él no festejaba nada, que vivía solo y lejos de los padres, que hacía tiempo estaba así, que los amigos del gimnasio de musculación ya le habían hecho un almuerzo, que la vida seguía igual. El potente par de pechos que veía en el escote de esa blusa lo sedujo más que el ansia de estar solo.
Aspira el cigarro y suspira. Para él, todo sigue igual. Resulta que a los treinta sigue saliendo con las de veinte, como ya le venía diciendo uno de sus amigotes.
Ayer cumplió tres décadas. Hoy ya empieza a recorrer los treinta y pico. O más claro: treinta y poco. Muy poco. Poco hay para decir de su vida de obrero del volante. Poco hay para agregarle a su rutina de conducir, cobrar y contar. Poco más que frustraciones para descargar al caer de la tarde, haciendo fuerza en las barras y mancuernas. Poco hay que merezca detallarse de sus inclinaciones amorosas. Quiere poco.
Fue otra más. Otra última pasajera de la jornada, que quiso más. Que lo quiso más.
Trata de olvidarla con el humo del cigarro. Que otro pasajero le cambie de tema.
Cuántas minas que tengo por el argentino Ignacio Copani (1988). ¿Qué le pasa a este pibe que no le entran ni las balas? ¿Huye hacia adelante?
Ya publicado en Letras & Poesía en setiembre pasado.