Ella corre la cortina, que entre sol. Se agacha junto a él, le acaricia los pectorales bien trabajados, le habla al oído.
—¿Vas a quedarte a desayunar, mi negrito?
—Mmmh… ah, buen día. ¿Qué hora es?
—Mi negro, ¿modosito te pusiste hoy? Anoche estabas tan apasionado…
—¡Las diez! Se me hace tarde para empezar mi horario en el taxi. ¡Me voy ya mismo!
—Pero antes… —ella intenta arrancarle un beso de labios carnosos.
—Listo, bastó —él la aparta, aferrándole los hombros con sus manos fuertes.
—Pero… ¡no seas bruto! —ella se acaricia el hombro, no sin antes apretarle el bíceps con la otra mano.
—No seas larva. Dale que se me hace tarde —él manotea en el aire, evitándola al levantarse.
Se lava la cara, junta la ropa, se viste y se va. Lo que ella le lanza con la lengua le rebota en los oídos y en la piel.
—¡Qué poco lo tuyo! ¡Ojalá te atropellen! —se oye tras el portazo. Seguir leyendo «Treinta y poco»