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Cómo cambia la moral con la lengua (IV)

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La semana pasada, en mi traducción del artículo de Scientific American leías que al juzgar en otro idioma te tomás otros tiempos y, por eso, sos menos emotivo.

Existe una gran evidencia de que la memoria entreteje al idioma con las experiencias e interacciones con las que aprendiste ese idioma. Por ejemplo, si sos bilingüe tenés más tendencia a recordar una experiencia dada si te la señalan en la lengua en la que ese episodio te ocurrió. Nuestras lenguas de la infancia, aprendidas en las pujas de las emociones apasionadas, se cargan de sentimientos profundos. ¿O acaso tu infancia no tuvo rachas de amor, rabia, sorpresas y castigos? En comparación, los idiomas que aprendés más tarde en la vida, en especial si los aprendés en el ambiente reprimido de un salón de clases, o si los descubrís de manera insípida en pantallas de computadora y auriculares, entran a tu mente almidonados, sin la emotividad cargada de los hablantes nativos.

Catherine Harris y sus colegas ofrecen una evidencia convincente de las respuestas viscerales que una lengua nativa puede provocar. Usando la conductividad eléctrica de la piel para medir la exitación emocional (la conductividad aumenta cuando se dispara la adrenalina), recurrieron a hablantes nativos de turco que aprendieron inglés siendo ya grandes para que escuchasen palabras y frases en los dos idiomas; algunas eran neutrales (mesa), otras eran tabú (mierda) o transmitían rezongos (¡¿no te da vergüenza?!). La respuesta de la piel de los participantes reveló una excitación mayor para las palabras tabú comparadas con las neutrales, en especial si eran pronunciadas en su lengua turca nativa. Pero la diferencia más grande entre los idiomas era evidente con los rezongos: los voluntarios apenas reaccionaron tibiamente a las frases en inglés, pero tenían reacciones potentes a las dichas en turco, incluso algunos dijeron que «escuchaban» esos rezongos dichos con la voz de conocidos muy cercanos. Si la lengua te puede servir de contenedor de las memorias potentes de tus primeras transgresiones y castigos, entonces no te sorprenda que esas asociaciones emocionales te tiñan tus juicios morales hechos en tu lengua materna.

Esta explicación es todavía más fuerte con un estudio reciente publicado en Cognition. Esta nueva investigación implicó escenarios en los que las buenas intenciones llevaban a malos resultados (por ejemplo, a una persona sin hogar le das una chaqueta nueva, pero solo conseguís que otros le peguen porque piensan que la robó), o que los buenos resultados sucedían a pesar de motivos dudosos (adoptás a un nene discapacitado para que el Estado te dé dinero). Al leerlo en una lengua extranjera, los participantes que emitían juicios de valor ponían más hincapié en los resultados y les pesaban menos las intenciones. Estos resultados chocan con la noción de que el uso de una lengua extranjera te hace pensar más profundo, porque otra investigación mostró que la reflexión cuidadosa te hace pensar más en las intenciones ocultas tras los actos de la gente, y no menos.

Pero los resultados encajan con la idea de que, al usar una lengua extranjera, las respuestas emocionales silenciadas (menos compasión con los de intenciones nobles, menos rabia con los de propósitos perversos) disminuyen el impacto de las intenciones. Esta explicación se apuntala con hallazgos de que los pacientes con daño cerebral en la corteza prefrontal ventromedial, un área asociada con las respuestas emocionales, mostraron un modelo de respuesta similar, los resultados superaban a las intenciones.

Entonces, ¿cuál es tu «verdadera» naturaleza moral si sos una persona multilingüe? ¿Son tus memorias morales, las reverberaciones de las interacciones cargadas de emoción que te enseñaron lo que significa ser «bueno»? ¿O es razonar qué sos capaz de hacer si estás libre de esas represiones inconscientes? O tal vez, esta línea de investigación simplemente sirva para iluminar lo que es real para vos y para mí, sin importar cuántas lenguas hablemos: tu brújula moral es una combinación de las primeras fuerzas que te formaron y las maneras que tenés de escaparte de ellas.

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Cómo cambia la moral con la lengua (II)

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La semana pasada te preguntaste si es posible que tu brújula moral cambie según la lengua que estés usando.

Los psicólogos que se dedican a estudiar los juicios de valor se han interesado en este tema. Muchos estudios recientes se enfocaron en cómo la gente piensa en la ética en una lengua no nativa, como podría ser el caso, por ejemplo, en un grupo de delegados en las Naciones Unidas que estén utilizando una lingua franca para debatir una resolución. Los resultados sugieren que, al enfrentarse a dilemas morales, la gente responde de manera diferente al hacerlo en una lengua extranjera, si se compara con cómo responden al hacerlo en su lengua materna.

En un artículo científico de 2014 realizado bajo la conducción de Albert Costa, a los voluntarios del proyecto se les presentó un dilema moral conocido como el «dilema del tranvía»: imaginá que un tranvía fuera de control se dirige hacia cinco personas que están en sus vías, sin posibilidad de moverse; estás cerca de un botón que puede hacer cambiar la marcha del tranvía hacia otra vía, pero eso causaría la muerte de otra persona que está inmovilizada en esa vía. ¿Qué hacés? ¿Pulsás el botón?

¿Querés saber los resultados de la investigación? Te los presento la próxima semana.

Cómo cambia la moral con la lengua (I)

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Es increíble cómo puede cambiar la moral en una lengua extranjera. Un artículo de Scientific American por Julie Sedivy que encontré en la web procura desentrañarlo. Asumiré el desafío de traducirlo, a cuenta de la dificultad que esto entraña.

¿Qué define lo que sos? ¿Tus hábitos, tus gustos estéticos, tus recuerdos? Si te aprietan, vas a decir que, si alguna parte de vos que está en tu núcleo, que sea imprescindible en lo que sos, entonces es tu núcleo moral, tu sentido profundo del bien y del mal.

Y sin embargo, como le sucede a otra gente que habla más de un idioma, a menudo tenés la sensación de que sos una persona un poco distinta en cada idioma: más resuelto en inglés, más relajado en francés, más sentimental en checo. ¿Es posible que, además de estas diferencias, tu brújula moral apunte a direcciones un poco distintas según la lengua que estés usando en ese momento?

Próxima semana: la psicología estudia este fenómeno.

Neología, nicho de mercado

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«Mercado» por Tarsila do Amaral. Fuente: http://wp.me/Pychf-55h

Un mercado no es otra cosa que un montón de necesidades y oportunidades de satisfacerlas. Con esta definición, parecería que todo es mercado. Bueno, no todo; pero casi. Si pensamos que en una lengua se usan miles de palabras viejas, nuevas, anticuadas, recuperadas, resignificadas, cambiadas, bastardeadas, prestadas… sí, es un mercado. Listo. ¿Y entonces?

Una lengua también tiene su propio mercado entre la gente. Se la vende bien y le damos valor, o se la esconde y la asfixiamos. Aquí no queremos ningunear ninguna lengua, queremos que valgan, que se aprecien, que la gente las compre. Que las oiga con gusto. Que aprecie y use su rico vocabulario.

Si se trata de una lengua hablada en un ambiente cultural en inferioridad de condiciones frente a otra cultura con un rol más destacado, inevitablemente se sufren procesos de erosión lingüística, se adoptan préstamos y calcos, se extranjeriza parte de la lengua propia. Un proceso no exento de conflictividad, pero muchas veces llevado por la necesidad.

Y al hablar de necesidades, volvemos a lo que es un mercado: un cúmulo de necesidades que se busca satisfacer. Si la terminología no satisface las nuevas necesidades, es porque la solución pasa por crear neologismos. Y ahí es donde llegamos a los temas de traducción, cultura, identidad. Y ética.

Un autor que menciono con mucho gusto en el ámbito traductoril es Antoine Berman. A partir de su obra se fue planteando un giro ético en traducción. Sería muy largo adentrarnos en eso; pero, para resumir algo que sirva en estos apuntes sobre terminología y neologismos, quiero hacer hincapié en un concepto: experiencia. La necesidad de reflexionar sobre la experiencia acumulada en la generación de textos traducidos, y en la producción de terminología que acarrea inevitablemente. Una tensión muy grande aparece cuando se entiende a la traducción como una reescritura, como una creación de algo que se sabe incompleto, tan incompleto como el propio escritor y como el sujeto traductor. La ética hace posible la traducción, consiste en aceptar la traducción como texto otro, como escritura, como experiencia que el traductor desarrolla durante su tarea.

Frente a tantos planteamientos centrados en lo lingüístico, Berman propone un enfoque diferente, centrado en la crítica. Se puede criticar mejor lo que se experimenta. La experiencia nos termina remitiendo, a su vez, a otro concepto relacionado con el ámbito cultural: descolonización. Pero eso ya merecería otro espacio. Es una ardua tarea para el día a día.

Sea como fuere, se tropieza con un montón de obstáculos al salir a ese mercado de palabras. Existe una obsesión por distinguir entre usos correctos y usos incorrectos, el purismo, el misoneísmo (rechazo cerrado de «lo nuevo»), la descalificación de usos (lo que «me suena mal», las palabras «feas», etc.) y una nostalgia por un pasado (a veces inexistente) en el que supuestamente se hablaba mejor.

También se perfilan inesperadas tendencias a futuro. Si nos fijamos en el caso de África Subsahariana, se está dando un intenso intercambio económico y cultural con China, incluso a nivel literario. Esto plantea nuevas influencias entre culturas y, por qué no, nuevos retos terminológicos.

Un gran desafío espera. Llenar un nicho de mercado con neologismos que, en la medida de lo posible, representen lo propio (o la apropiación), pero sin perder de vista la permanente e inevitable existencia de lo Otro.

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Artículo escrito como parte de la preparación para el Seminario Internacional sobre Traducción, Terminología y Lenguas Minorizadas. Jaguerojera ñane Ñe’ẽ Guarani, a celebrarse del 26 al 28 de agosto de 2016 en la Fundación Yvy Marãe’ỹ, San Lorenzo, Paraguay.