Categoría: Traducido por Fabio Descalzi

Se acabaron las esposas rezongonas

En años recientes, cualquier lector que googlease la definición de «anatomía» podría haber encontrado algunas frases de ejemplo como «el vendedor dejó huellas dactilares en la anatomía de las señoras clientas» o «ella no podía alcanzar su bolso sin mostrar más de lo que quería de su anatomía femenina». Pero ahora, eso es cosa del pasado.

Un enorme proyecto que implicó recopilar decenas de miles de oraciones de ejemplo llevó a la Oxford University Press (OUP) a sustituir poco a poco miles de frases que perpetuaban estereotipos sexistas «innecesarios» en los diccionarios Oxford. Ahora es más frecuente ver frases como «las personas no deben ser reducidas a sus anatomías», y las «señoras clientas» ya casi ni se mencionan.

Esta vasta investigación se dio a raíz de una protesta del antropólogo canadiense Michael Oman-Reagan, quien notó que la palabra «rábido» era ilustrada con el concepto de «rábida feminista», que «chillido» se aclaraba con «el insoportable chillido de las voces femeninas» y que el adjetivo «rezongón» utilizaba la frase de ejemplo «una esposa rezongona».

Es parte de un largo proceso de cambio, no exento de controversias, pero que demuestra el enorme interés en el tema de la inclusión. Una política lingüística no es cuestión de decretos, es como un largo camino de hormiga; sembrando la red de redes con ejemplos más modernos, se va cambiando la percepción del «uso correcto» del lenguaje. (Nota del traductor: por desgracia, en el muy utilizado Wordreference todavía aparecen ejemplos como los que se eliminaron del Oxford).

Podés leer la nota completa aquí (en inglés).

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Aquella juventud by Fabio Descalzi

Hola, che, ¿qué hacés? ¿Tenés ganas de leer algo de lo nuestro? Siempre está bueno que una página te dé lugar para vos. Entonces, no te pierdas esto. Ya tenés disponible el sitio Masticadores de Letras Latinoamérica, gracias a la iniciativa de Juan Re Crivello. Tengo el honor de representar a mi rincón de Sudamérica. Quiero verte por acá. Seguilo, ¿dale?

RGPD para traductores

RGPD imagenUna vez más, mi colega holandés Pieter Beens me abre la oportunidad de una colaboración. Esta vez se trata de algo técnico y jurídico como es la protección de datos a nivel europeo (y mundial, no te creas que estás afuera). Hay varios artículos publicados en blogs sobre esta temática; aquí va algo un poco más enfocado a traductores y agencias de traducción.

Dentro de muy pocos días, muchas empresas en todo el mundo estarán listas para el momento en que el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) entre en vigor. Tanto las agencias de traducción como los traductores autónomos deberán estar listos para implementar también las normas del RGPD pero, especialmente entre los traductores autónomos, es sorprendente la falta de interés o conocimiento de este asunto tan complicado. ¿Qué es realmente el RGPD y qué deberán estar dispuestos a hacer los traductores? Seguir leyendo «RGPD para traductores»

Convicciones morales en traducción

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Un colega holandés, Pieter Beens, escribió este interesante artículo en inglés. Me autorizó a verterlo a mi lengua nativa y asumo el desafío. Me tomé la libertad de adaptarlo a mi modo para transmitir la esencia del mensaje (y que conste que, al hacerlo, pude caer en los mismos dilemas que se narran en el artículo).


A menudo, si sos tratuctor te enorgullecés de traducir la obra de tu cliente, sin importar tus propios valores y apreciaciones. Pero ¿de verdad podés lograr una traducción sin considerar otros valores? Dos proyectos recientes te hacen pensar hasta dónde una traducción puede ser «libre de valores».

Seguir leyendo «Convicciones morales en traducción»

Cómo cambia la moral con la lengua (IV)

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La semana pasada, en mi traducción del artículo de Scientific American leías que al juzgar en otro idioma te tomás otros tiempos y, por eso, sos menos emotivo.

Existe una gran evidencia de que la memoria entreteje al idioma con las experiencias e interacciones con las que aprendiste ese idioma. Por ejemplo, si sos bilingüe tenés más tendencia a recordar una experiencia dada si te la señalan en la lengua en la que ese episodio te ocurrió. Nuestras lenguas de la infancia, aprendidas en las pujas de las emociones apasionadas, se cargan de sentimientos profundos. ¿O acaso tu infancia no tuvo rachas de amor, rabia, sorpresas y castigos? En comparación, los idiomas que aprendés más tarde en la vida, en especial si los aprendés en el ambiente reprimido de un salón de clases, o si los descubrís de manera insípida en pantallas de computadora y auriculares, entran a tu mente almidonados, sin la emotividad cargada de los hablantes nativos.

Catherine Harris y sus colegas ofrecen una evidencia convincente de las respuestas viscerales que una lengua nativa puede provocar. Usando la conductividad eléctrica de la piel para medir la exitación emocional (la conductividad aumenta cuando se dispara la adrenalina), recurrieron a hablantes nativos de turco que aprendieron inglés siendo ya grandes para que escuchasen palabras y frases en los dos idiomas; algunas eran neutrales (mesa), otras eran tabú (mierda) o transmitían rezongos (¡¿no te da vergüenza?!). La respuesta de la piel de los participantes reveló una excitación mayor para las palabras tabú comparadas con las neutrales, en especial si eran pronunciadas en su lengua turca nativa. Pero la diferencia más grande entre los idiomas era evidente con los rezongos: los voluntarios apenas reaccionaron tibiamente a las frases en inglés, pero tenían reacciones potentes a las dichas en turco, incluso algunos dijeron que «escuchaban» esos rezongos dichos con la voz de conocidos muy cercanos. Si la lengua te puede servir de contenedor de las memorias potentes de tus primeras transgresiones y castigos, entonces no te sorprenda que esas asociaciones emocionales te tiñan tus juicios morales hechos en tu lengua materna.

Esta explicación es todavía más fuerte con un estudio reciente publicado en Cognition. Esta nueva investigación implicó escenarios en los que las buenas intenciones llevaban a malos resultados (por ejemplo, a una persona sin hogar le das una chaqueta nueva, pero solo conseguís que otros le peguen porque piensan que la robó), o que los buenos resultados sucedían a pesar de motivos dudosos (adoptás a un nene discapacitado para que el Estado te dé dinero). Al leerlo en una lengua extranjera, los participantes que emitían juicios de valor ponían más hincapié en los resultados y les pesaban menos las intenciones. Estos resultados chocan con la noción de que el uso de una lengua extranjera te hace pensar más profundo, porque otra investigación mostró que la reflexión cuidadosa te hace pensar más en las intenciones ocultas tras los actos de la gente, y no menos.

Pero los resultados encajan con la idea de que, al usar una lengua extranjera, las respuestas emocionales silenciadas (menos compasión con los de intenciones nobles, menos rabia con los de propósitos perversos) disminuyen el impacto de las intenciones. Esta explicación se apuntala con hallazgos de que los pacientes con daño cerebral en la corteza prefrontal ventromedial, un área asociada con las respuestas emocionales, mostraron un modelo de respuesta similar, los resultados superaban a las intenciones.

Entonces, ¿cuál es tu «verdadera» naturaleza moral si sos una persona multilingüe? ¿Son tus memorias morales, las reverberaciones de las interacciones cargadas de emoción que te enseñaron lo que significa ser «bueno»? ¿O es razonar qué sos capaz de hacer si estás libre de esas represiones inconscientes? O tal vez, esta línea de investigación simplemente sirva para iluminar lo que es real para vos y para mí, sin importar cuántas lenguas hablemos: tu brújula moral es una combinación de las primeras fuerzas que te formaron y las maneras que tenés de escaparte de ellas.

Cómo cambia la moral con la lengua (III)

Moral dilemma 2 ways

La semana pasada te había planteado el «dilema del tranvía». Vas a ver ahora los resultados de los estudios. Va de nuevo la pregunta: ¿qué hacés, pulsás el botón?

Muchos dijeron que sí. Pero ¿qué pasa si la única manera de parar al tranvía es empujar hacia su recorrido a un extraño que justo va caminando cerca por una pasarela? Vos sos reticente a decir que sí, aunque tanto en este escenario como en el anterior, sacrificás a una persona para salvar a cinco. Pero Costa y sus colegas descubrieron que si te plantean el dilema en un idioma que aprendiste como lengua extranjera, cambia dramáticamente tu disposición a empujar al extraño hacia el tranvía; de menos de 20% de voluntarios que responden que sí en su lengua materna, la cifra aumenta a un 50% cuando responden en una lengua extranjera. Y date cuenta que se incluyeron hablantes de inglés y de castellano, con castellano e inglés como lenguas extranjeras respectivas; los resultados fueron los mismos para los dos grupos. Con esto se muestra que el efecto se logra usando una lengua extranjera, sin importar cuál lengua.

Con un montaje experimental muy diferente, Janet Geipel y sus colegas también descubrieron que al usar una lengua extranjera cambian los juicios morales de sus participantes. En el estudio, los voluntarios leen descripciones de acciones que parece que no te hacen daño, pero que sentís que son moralmente reprobables, por ejemplo, historias de hermanos que disfrutan de sexo totalmente consensual y seguro, o de alguien que cocina y come a su propio perro después de que muere en un accidente de tránsito. Si leés esas historias en una lengua extranjera (en el experimento fueron inglés e italiano), juzgás que esas acciones son menos malas que si las leés en tu lengua materna.

¿Por qué importa si juzgás la moralidad en tu propia lengua o en otra extranjera? Según una explicación, esos juicios implican dos modos de pensar diferentes y competitivos; uno de ellos, un «sentimiento» rápido y visceral, y el otro, una deliberación cuidadosa sobre el bien mayor para la cantidad mayor. Cuando usás una lengua extranjera, de manera inconsciente te vas al modo deliberativo porque el esfuerzo de funcionar en tu lengua no nativa hace que tu sistema cognitivo se prepare para una actividad cansadora. Esto puede parecer paradójico, pero tiene que ver con hallazgos de que si leés problemas matemáticos en una letra difícil tenés una tendencia a hacer menos errores por descuido (aunque estos resultados han sido difíciles de reproducir).

Otra explicación es que aparecen diferencias entre las lenguas nativas y extranjeras porque tu idioma de la infancia vibra con más intensidad emocional que las lenguas que aprendés en entornos más académicos. Como resultado, si hacés un juicio moral en una lengua extranjera lo cargás con menos reacciones emocionales que las que te vienen de golpe cuando usás tu idioma de la infancia.

Cuestión de memoria, ¿qué decís? La semana que viene lo vas a saber.

Cómo cambia la moral con la lengua (II)

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La semana pasada te preguntaste si es posible que tu brújula moral cambie según la lengua que estés usando.

Los psicólogos que se dedican a estudiar los juicios de valor se han interesado en este tema. Muchos estudios recientes se enfocaron en cómo la gente piensa en la ética en una lengua no nativa, como podría ser el caso, por ejemplo, en un grupo de delegados en las Naciones Unidas que estén utilizando una lingua franca para debatir una resolución. Los resultados sugieren que, al enfrentarse a dilemas morales, la gente responde de manera diferente al hacerlo en una lengua extranjera, si se compara con cómo responden al hacerlo en su lengua materna.

En un artículo científico de 2014 realizado bajo la conducción de Albert Costa, a los voluntarios del proyecto se les presentó un dilema moral conocido como el «dilema del tranvía»: imaginá que un tranvía fuera de control se dirige hacia cinco personas que están en sus vías, sin posibilidad de moverse; estás cerca de un botón que puede hacer cambiar la marcha del tranvía hacia otra vía, pero eso causaría la muerte de otra persona que está inmovilizada en esa vía. ¿Qué hacés? ¿Pulsás el botón?

¿Querés saber los resultados de la investigación? Te los presento la próxima semana.

Cómo cambia la moral con la lengua (I)

Moral typewriter

Es increíble cómo puede cambiar la moral en una lengua extranjera. Un artículo de Scientific American por Julie Sedivy que encontré en la web procura desentrañarlo. Asumiré el desafío de traducirlo, a cuenta de la dificultad que esto entraña.

¿Qué define lo que sos? ¿Tus hábitos, tus gustos estéticos, tus recuerdos? Si te aprietan, vas a decir que, si alguna parte de vos que está en tu núcleo, que sea imprescindible en lo que sos, entonces es tu núcleo moral, tu sentido profundo del bien y del mal.

Y sin embargo, como le sucede a otra gente que habla más de un idioma, a menudo tenés la sensación de que sos una persona un poco distinta en cada idioma: más resuelto en inglés, más relajado en francés, más sentimental en checo. ¿Es posible que, además de estas diferencias, tu brújula moral apunte a direcciones un poco distintas según la lengua que estés usando en ese momento?

Próxima semana: la psicología estudia este fenómeno.

Identidad y escritura (VI)

Boy making a funny face

En la entrega anterior se veían las diferencias entre el decir y el escribir. Entre la ley y la justicia. Entre el «yo» escrito y el hablado.

¿La voz de quién tiene permiso para hablar? Solo la tuya. En las novelas de Beckett, el lector está perdido y confuso, entreverado en un embrollo de palabras que parecen concebidas para ser inhóspitas y excluir, acompañando algo que dice su incuestionable «yo digo yo» mientras que prohíbe cualquier identificación… hasta que te das cuenta de que la extraña voz fastidiosa que a veces se menciona, la que le dice a la gente qué hacer, la que está constantemente intentando llegar a un final pero nunca es capaz de parar de hablar por sí misma, es la misma voz que ha estado en tu cabeza todo el tiempo mientras leés. Es chocante, pero hay un sentimiento de alegría al mismo tiempo. Lo que distingue a la escritura real de la declaración legal o de la lista de lavandería es su capacidad ocasional de provocar un tipo de alegría, incluso en evocaciones de tristeza, soledad, miseria, pérdida, represión y horror, el mero placer de algo enteramente ajeno e íntimo, de una voz que es de todos y de nadie y tuya, ahí con vos en tu soledad, de lengua en el infinito de su juego y sustituciones, un momento de la libertad que todavía está por llegar.


Ver aquí el original en inglés.

Gracias a todos por seguir esta serie de traducciones.

Identidad y escritura (V)

Written justice

En entregas anteriores se viene reivindicando el derecho a escribir sobre lo que no se conoce, sobre lo que uno no es.

En su obra La farmacia de Platón, Derrida anota que «el sujeto hablante es el padre de su habla […] El logos es un hijo, pues, y que se destruiría sin la presencia, sin la asistencia presente de su padre. De su padre que responde. Por él y de él. Sin su padre no es ya, justamente, más que una escritura». No hay habla sin su anclaje en la persona que habla y su presencia física, pero en la escritura («signo sin aliento») siempre sucede que el autor simplemente no está ahí, incluso si tuviera una cuenta de Twitter activa. La escritura persiste sin su creador; lo que se te presenta es el texto, algo enteramente diferente. Si hablo y digo «yo», entonces ya sabés quién dijo la palabra; pero por el contrario, el «yo» escrito siempre es indeterminado, un enredo de mentiras y fantasías e ironías y pretensiones, es una persona como vos a medio mundo de distancia, la persona que sos vos, una cosa inmortal y cambiante. Si hablás y alguien interpreta lo que dijiste de una manera que no pretendías, lo que sucedió es un malentendido; pero si escribís y alguien interpreta lo que escribiste de una manera que no pretendías, lo que sucedió se llama literatura. La demanda de legitimar cualquier texto con la autoidentidad de su autor es la demanda de un texto que se comporte más bien como el habla. Y no cualquier habla. La escritura que responda a esa demanda es escritura «testimonial» o «confesional», y el lugar en el que tienen lugar los testimonios o confesiones es un tribunal. En la sala de un tribunal domina el logocentrismo; la preferencia la tiene una persona hablante, cuya verdad está garantizada por un juramento dicho, quien está presente para hablar y responder por sus propios dichos. Aquí el discurso no es de justicia, en el sentido estricto, sino de ley. Es la ley que, en primer término, exige saber quién es una persona antes de decidir qué hacer con ella. No se trata necesariamente de conceptos opuestos, pero no son lo mismo. La ley se puede deconstruir, la justicia no.


Ver el original aquí.

Continúa el próximo martes.

Identidad y escritura (IV)

impossible man pushing up rock mountain

Veíamos en la entrega anterior la cantidad de personas consideradas «minoritarias» que se supone que escriban sobre sí mismas, o sea, que parecerían no tener derecho a escribir sobre «otros».

Pues bien: si debe de haber una regla, entonces que sea que no escribamos solo lo que conocemos. Si no escribimos sobre una ignorancia aparte de nosotros mismos, al final todo lo que queda es un yo mudo, rechinante, desamparado. No existe ninguna escritura que sea solo legible para gente que ocupe una determinada posición-sujeto y que haya sido creada por esa misma gente; sí existen experiencias que son únicas e inconmensurables, incluso incomunicables. Pero si este fuera el caso, entonces no habría posibilidad de escribir sobre ellas, porque cualquiera con entendimiento ya las sabría de antemano.


Ver el original aquí.

Continúa el próximo martes.

Identidad y escritura (III)

women-writing-the-nation-cultural-history-of-bengali-muslim-women

En la entrega anterior se trataba sobre los escritores profesionales, sus oportunidades en el mercado editorial, sus diferencias con el público al que sirven. Existe, es cierto, una tendencia a borrar esas diferencias.

Pero en vez de esto, en aquellos discursos que buscan la justicia como finalidad existe una tendencia a la subdivisión demográfica y selectiva en el campo del entendimiento humano. Así, los escritores afro deberán escribir sobre celebridades, música y experiencias afro; las escritoras pueden y deben escribir sobre feminismo, estilos de vida, tendencias y experiencias femeninas; las trans deben escribir sobre sus propias experiencias; los hombres musulmanes sobre sus experiencias (y las mujeres musulmanas sobre las suyas propias); los discapacitados sobre sus experiencias. En una publicación abiertamente feminista interseccional, las mujeres tienen acceso a una «encuesta de identidad», un cuestionario horrendo en donde se les pide que detallen todas las experiencias terribles a las que hayan sobrevivido y, a continuación, se les indica que las escriban en forma de breves artículos compartibles e intercambiables por jornales de 90 dólares. Me violaron, viví una relación abusiva, me hice un aborto, sufrí; como una minería a cielo abierto de identidades vendibles, una especie de acumulación primitiva sobre el territorio del trauma. Mientras tanto, el sujeto universal, el único que no necesita sufrir para que lo escuchen, sigue siendo blanco y masculino. El derecho de las mujeres negras a escribir sobre Beyoncé es importante, sí; pero también se supone que sean capaces de escribir sobre ecología de los fondos oceánicos, sobre filosofía kantiana, sobre la escritura en sí misma y sobre lo que no se sabe. Mientras que hay tantas personas que lo hacen, la subrepresentación de escritoras de otras etnias, trans y otras personas marginadas que se dedican a escribir sobre oceanografía, idealismo alemán, deconstructivismo e ignorancia es mucho más pronunciada. Es abrumadora la cantidad de hombres blancos a los que se les brinda la oportunidad de ser «otros», de no tener que decir todo el tiempo «yo»; y esto es así, porque la validez de su identidad ya está asegurada desde el vamos, porque el mundo ya está escrito a su imagen. Y mientras que para toda persona es esencial la capacidad de poder declararse frente a un mundo que preferiría que no lo hiciera, el dogma de que escribir puede y debe ser solo una autodeclaración abandona a las personas marginadas en su condición. La crítica a esto es muy limitada: dentro de este discurso se hace evidente que son la presencia y la particularidad del «yo» que legitiman la escritura, que la hacen adecuada o inadecuada, que la convierten en presencia o en ausencia de otra cosa. Y esto no ayuda en nada.


Ver el original aquí.

Continúa el próximo martes.

Identidad y escritura (II)

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En la entrega anterior se veía que escribir se siente como una violencia; escribir implica una carencia del mundo que rodea a las palabras.

Un ejemplo del discurso en cuestión: no escribas nada sobre Beyoncé si no sos una mujer afro. No vas a entender del tema, no de manera adecuada, va a ser un desperdicio. No es para vos. (Como si la cultura-objeto comoditizada fuese realmente para cualquiera). Lo realmente notable aquí es dónde se ubica la demanda. Lo que se necesita, y lo que generalmente se articula, es una crítica de la economía periodística y sus prácticas de contratación desiguales, el espinoso nexo de las prácticas sociales que crean una clase de escritores profesionales que, en general, se parecen a la clase social de la que proceden. Pero a menudo puede ocurrir una metafísica del texto: lo ilegítimo de la escritura no es la escritura en sí, sino una ausencia, la ausencia de todo lo demás que podría estar allí en su lugar. Cualquier persona que esté escribiendo implica que hay otra que no puede hacerlo; el pecado está en lo que se escribió, la culpa es del escritor en sí. Pero, mientras que muchos escritos son intolerablemente malos, la única nota a su favor es que la posibilidad de escribir es ilimitada. Es el complejo industrial de la escritura que está restringido, con cierta cantidad de personas que pueden vivir de esta raída actividad: aquí, como en otras partes, se trata de reproducir en la economía a gran escala la infinidad que ya existe en la economía del lenguaje, abolir la diferencia entre el escritor profesional y el público al que sirve, o bien negarla para asegurar que nadie más pase hambre.


Ver el original aquí.

Continúa el próximo martes.

Identidad y escritura (I)

En sucesivas entregas iré vertiendo conceptos de un interesante artículo, escrito originalmente en inglés por Sam Kriss y publicado en su blog hace casi un año.

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Hay también otros, en número infinito, la generalidad innumerable de los otros, a los que debería ligarme la misma responsabilidad, una responsabilidad general y universal. Yo no puedo responder a la llamada, a la petición, a la obligación, ni siquiera al amor de otro, sin sacrificarle el otro otro, los otros otros… Como resultado, los conceptos de responsabilidad, de decisión o de deber son condenados a priori a la paradoja, al escándalo y la aporía.

Jacques Derrida, Dar la muerte. Barcelona, Paidós, 2000.
(traducción de Cristina Peretti y Paco Vidarte).

Escribir se siente como una violencia. Todos somos mortales, pero el texto puede sobrevivir por mucho tiempo más tras la muerte de su autor. ¿Quién sos vos, cosa carnosa y circunstancial que querés vivir para siempre? Escribir es como manchar papel limpio, como apretar palitos en arcilla lisa; de alguna manera, siempre es como deformar el mundo. Anotar algo es convertir la posibilidad ilimitada de lo que podría ser en la presencia muerta de lo que ya fue. Una línea de Molloy de Beckett a la que siempre vale la pena volver, porque dice lo que no es: «sería preferible, es decir, por lo menos igual de bueno, borrar los textos que emborronar los márgenes, cubrirlos hasta que todo sea blanco y liso y la estupidez revele su verdadero rostro, sin sentido, sin salida».  Escribir oscurece la estupidez de lo que es, que no tiene palabras; teje un liviano velo de presencia alrededor de la eterna nada. Escribir es una carencia, pero una carencia que no es de palabras, sino del mundo que las rodea.


Ver el original aquí.

Continúa el próximo martes.

Chicos en la cárcel. Pibes presos. Botijas en cana (Knastkinder) de Rüdiger Bertram

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Jonathan es un adolescente berlinés, hijo de un filipino y una alemana, de vacaciones en Manila. Se escapa del hotel y lo roban en un barrio peligroso de la ciudad. Un grupo de chicos de la calle lo ayuda, pero todos son apresados por la policía y van a dar a la cárcel. Como cientos de chicos más, quedan encerrados en condiciones infrahumanas. Jonathan no tiene manera de comunicarse con sus padres, no tiene documentos ni dinero. Una pesadilla se le hace realidad. Recién varias semanas después, con un truco logra ponerse en contacto con sus padres, que finalmente pueden rescatarlo de la cárcel. Pero sus nuevos amigos quedan adentro.

Niños en la cárcel. Pibes presos. Gurises encarcelados. Botijas en cana. Así les decimos en mi país. Y hace varios años, a mis manos llegó esta obra de teatro juvenil sobre el tema. Un original en alemán, Knastkinder, escrito por Rüdiger Bertram en 2007. Un amigo me pidió que le hiciese el favor de traducirla al español. La labor de traducción representó un gran desafío. El texto, si bien es muy simple y lineal, fácil de entender, también está lleno de horrores. No solo miserias humanas, también muchas palabrotas. Como no es posible traducir las malas palabras de manera genérica, opté por el español rioplatense en su variante montevideana, y el título elegido fue Botijas en cana. Si alguien tiene problemas para entender el vocabulario, ofrezco una ayuda en línea, clic aquí.

Fue mi involuntario inicio en la traducción literaria. ¿Una primera influencia para escribir ficción sobre problemáticas de adolescentes…? Si quieren, busquen ustedes sus propias conclusiones. Aquí tienen la traducción completa. Tras obtener la autorización del dramaturgo que escribió el original hace una década, podrán apreciarla y horrorizarse ustedes también.

Advertencia: no apto para menores de 12 años. Contiene vocabulario y escenas que hieren la sensibilidad de los niños en edad escolar. Seguir leyendo «Chicos en la cárcel. Pibes presos. Botijas en cana (Knastkinder) de Rüdiger Bertram»