Categoría: Obras

¿Poesía artificial?

Horror. Veneno. Espanto. Piel erizada. Crueldad.

Todo eso y más me viene cuando contemplo esta imagen. Por cierto, muy bien lograda, gracias a las dotes artísticas de un ilustrador de 1731. En aquel entonces, y mucho tiempo después, a nadie se le ocurría pensar que semejante imagen fuese obra de una máquina. Pero ahora, también pueden dibujar.

Pero, ¿qué hay de las palabras que expresé al inicio? Las máquinas podrán recopilar etiquetas inspiradas en un dibujo, pero ¿esos artefactos son sintientes de la misma manera que nosotros? Pregunté bien: ¿de la misma manera? Esa es una pregunta abierta que tal vez se responda algún día. O nunca.

Quienes escribimos poesía (a veces, me animo) necesitamos sentir algo que nos lleve a ese estado especial, más allá de lo lógico, fruto de una imaginación inescrutable. Con complejos tejidos de significados en segundo plano, tan entrelazados como la rima y el ritmo que sí son visibles; para el lector y para los artificios que llamamos inteligentes.

Las máquinas pueden ser auxiliares útiles a la hora de buscar palabras que rimen, sinónimos, vocablos arcaicos; tal vez, hasta un texto de otras épocas inspirado en lo que les sabemos explicar. Pero lo que volcamos a la poesía, ¡caray!, eso lo expresamos solo en el lienzo en blanco, nuestros dedos van directo hacia allí. No sabemos alimentar las máquinas con pedidos que no sabemos expresar. La poesía sí expresa lo que pedimos, queremos, anhelamos, amamos, odiamos, tememos.

Ese miedo que se siente
frente a una cruel serpiente.
¡Que siga cruel un ser viviente
y no una máquina sintiente!

Desparramo

Aburrido de ejercicios creativos, apagó el alambique de ideas. Juntó el desparramo de neuronas con la mano y se las guardó a las apuradas en el cráneo. Con fuerza cerró la tapa y salió corriendo atrás del último tranvía que pasaba por la ventana. Como un niño travieso, arrancó para el parque de diversiones. A desparramar energías contenidas. A disfrutar un poco de esa tarde de sol. Montado en el mareado gusano de antenas coloreadas. Subido a la inmensa noria de chillones cangilones llenos de niños. Volando en las águilas metálicas. Azuzando los tiovivos. Su tío vivo, el único, navegaba en sus cavilaciones. Aquel que no salía de la perezosa siesta de siempre. Después de tantas alegrías que le había desparramado.

Las sempiternas

Después de todo lo que me insistieron, al final agarré, fui a la parada de la vuelta de casa, me tomé el 122, me banqué el recorrido tan lento de ese ómnibus obsoleto, y me fui acercando a destino, mientras no paraba de pensar en todo aquello. ¡Qué ganas de jorobar! ¡Y yo que quería quedarme tranquilo en casa, viendo el partido en la tele! Pero siempre es igual, me insisten y me terminan ganando por cansancio.

La casa de Pereira y Ellauri estaba derruida. El revoque del frente se caía a pedazos y el patiecito daba lástima. Solo el zaguán parecía decir “entren”, con esa puerta de madera casi negra, siempre semientornada; la vecina siciliana de enfrente murmuraba al pasar: “ahí parece que siempre están velando a alguien”. Golpeé fuerte para anunciarme, el timbre hacía rato que estaba roto. Y ahí apareció Lalo, con su pinta de zaparrastroso. Me miró con cara de hacerse el serio, porque se estaba aguantando una sonrisita burlona de esas que tanto le conozco. “Dale, dejate de embromar y salí del paso, que vengo a darle un beso a Clotita”. Al final largó la risita estúpida, se movió a un costado como de mala gana, y ahí entré, mirando para abajo para no tropezarme con las baldosas rotas.

Allá estaban en el fondo, en la hamaca de jardín debajo del guaco, las tres viejitas, acurrucadas como pollitos en invierno, aunque esa tarde gris hacía calor. Las tres vestidas de negro, pero de un negro viejo, como gastado, nada brilloso. Martina tenía el pelo bien tirante, como cuando tenía que ir a algún lado, y se había puesto el broche verde de la bisabuela; no tendría un peso para peluquería, pero ella siempre trataba de quedar arregladita; igual, daba lástima lo ridículo de su pinta. Gumersinda con su cara de rezongona, masticando rabia no se sabe de qué, y pronta a decir cualquier cosa, algún disparate, con tal de llevar la contra. Clotita muy envuelta en su chal, ese que se había tejido ella hace como veinte años, tan abrigado, parecía que tenía miedo de pescarse un resfrío de nada. Me acerqué, le di un beso en la mejilla arrugadita, y a las otras dos viejas les agité la mano en el aire, pero ni bolilla me dieron. Estaban de lo más ocupadas en sus asuntos; no tenían nada que hacer, pero igual, siempre estaban pendientes de algo. Clotita me miró con esos ojitos azules manchados de pintitas doradas, sus párpados se fruncieron un poquito, se le dibujó una sonrisa en las comisuras, torció la mirada hacia una silla de jardín, la mejor del juego; era su invitación a quedarme. Yo no dije más nada y me senté.

En eso se siente el grito de Lalo desde la ventana de arriba, se quejaba por el traje que no encontraba. Clotita, que sabía que él tenía que estar prolijo para salir, se lo guardaba en el cuarto de ella, era el único traje bueno que le quedaba; pero Lalo igual se pasaba rezongando por cualquier cosa cuando estaba en la casa. ¿Conseguiría algún día una buena muchacha? El padre lo ponía en duda, ese chiquilín no iba a cambiar nunca.

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Si…

Si te callaras, se oiría tu sutil silencio.
Si te apagaras, alumbraría tu luz interior.
Si te esfumaras, se condensaría tu sentido.
Si te durmieras, despertaría tu mirada de siempre.
Si te fueras, seguiría tu permanente presencia.
Sí. Te callaste. Te apagaste. Te esfumaste. Te dormiste.
No te fuiste. No, mamá. Te quedaste. Por siempre.
Imposible callarte. Una luz deslumbrante.
Impensable esfumarte. Un sueño fascinante.
Te sigo encontrando, mirando, escuchando.
Sí, mamá, sí.

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Paspado

Sus manos se deslizan sobre la rugosa hoja, tras la cortina de humo del café. Su rostro aguado se apoya sobre una mano pensante, el índice señalando al oscuro infinito de la soledad. Sus piernas tiemblan, sacudiendo un par de rodilleras que golpetean contra los apoyabrazos.

Un bostezo devora el desperdicio de ideas. Un restregón de ojos desvela las palabras dormidas. Un borrón y cuenta nueva destroza la hoja ajada. Un día perdido.

O no.

Porque la hoja rugosa de aquel maldito cuaderno bien se merecía un maltrato inmisericorde. Porque el rostro ya no soportaba las bofetadas del destino insolente. Porque las piernas se agotaban de yacer inertes, sin trazar un camino.

Basta de bostezos, restregones y arrugadas. A ganar el día. Borrón y cuenta nueva.

Ahora sí.

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Inmenso solitario

Desganado, arrastró los enormes pies por el piso acanalado de las duchas. No quería mirar a la cara a los mequetrefes que soltaban guarangadas. Que jugaban a ser hombres grandes sin haber siquiera cumplido los quince. Cuando por fin algunos volaron al vestuario y muchos más bajaron a la piscina, se pudo aflojar y soltar un suspiro de alivio. El único de esa mañana.

Porque ahora le tocaba a él bajar esa escalera tan larga. Como una pasarela de modelos, un desfile de alevines livianos, un vendaval de vitalidad cuesta abajo y patas para arriba. Y él, lento, pesado, sudando. Soportando las miradas, los silbidos y las chanzas. Una timidez andante. Un niño con cuerpo de gigante.

Allá abajo, los diablos se pinchaban y empujaban, se caían al agua y chapoteaban, se hundían hasta el fin y saltaban como delfines. Él se dio vuelta contra la pared. No quería ni pensar en el escándalo que iba a ser su zambullida. En el oleaje que iba a provocar, como un elefante de circo en el agua. ¿Por qué justo él tenía que ser tan robusto? ¿Por qué ese metro noventa a los catorce?

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Extorsionado

Al filo de la medianoche
ya casi no le queda nada.
Harto del último reproche
ya no soporta ni una llamada.

Se pierde la vida, las horas valiosas,
desperdiciándose todo con esa canalla.
Si hasta le faltan las gemas preciosas
en el reverso de aquella medalla.

Débil, que te veo débil,
débil cuerpo, débil alma.
Débil, sin pena ni gloria.

Si hasta te pone débil
el aullar de la euforia
en medio de la tensa calma.

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Extravío

Diamantes extraños nos muestran sus filos,
rubíes carmines destellan cegando,
zafiros azules deslumbran brillando
en cajas tan zafias que asustan al niño.

Lenguas de diamante, ¿adónde han huido?
Lenguajes de gentes, ¿qué rutas han seguido?

Idiomas extraños que brotan de cajas
tan raros así, como piedras de fuego
buscando infiltrarse a matar al labriego
que araba paciente, ¡vileza tan baja!

Lenguas de diamante, ¿adónde han huido?
Lenguajes de gentes, ¿qué rutas han seguido?

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Ecos de adolescencias

Un colega peruano, Pablo Alejos Flores, publicó recién en su blog una reseña de mi libro Tres terribles tigres. Se resume así:

A leer estas crónicas resonaban en mí los recuerdos de cuando iba al colegio e interactuaba con mi grupo de amigos «selectos», podía sentir la autenticidad de las palabras y acciones de los personajes. Y esto no solo se debe a la cercanía cultural entre Montevideo y Lima —que creo que es grande— sino también a las circunstancias que rodean a muchos adolescentes: la curiosidad sexual, las comparaciones, el deseo de ser aceptado o de encajar, la contrariedad a los adultos y el egocentrismo. Temas que siguen siendo complejos a día de hoy y que cada personaje experimenta de manera y magnitudes diferentes […] me hizo dar cuenta del impacto que tiene la toma de decisiones en el desarrollo de la personalidad, como si crecer fuese un alud intrépido e irreversible.

Te invito a conocer la reseña aquí en versión completa. Si te interesa leer la novela, te pido que me escribas por este enlace.

Retorno

Retorno

A propósito de 2022

Celeste y los tigres

Ella también los conoció. Desde el principio.

Ella también los vio. Corriendo por las calles y rincones más impensados.

Ella también los impulsó. Con su arte y profesionalismo.

Te estoy hablando de Celeste Moreno. La misma correctora que en su momento colaboró con Amigos orientales, ya había cooperado antes con este libro, que (por decisión mía) tardó más tiempo en ver la luz del día. Celeste interpretó muy bien lo que yo quería comunicar; te lo voy a reproducir textualmente aquí:


Dicen que la primera impresión es la que cuenta. Yo diría que es un comienzo, la envoltura. Pero si me dejo llevar por la famosa frase, ya mi primera impresión al tener el libro en mis manos fue de satisfacción. Satisfacción por los colores, las texturas, los diseños.
Ya luego entrando en el libro, me encuentro con unos personajes inquietos o inquietantes, quienes no escatiman en hacerse ver. Vamos de frente, las historias son oscuras, no aptas para menores, diría un cartelito de televisión. Hay que enfrentarse a estas sin pudor, sin juicio, libres.
Ante esto, sorprende la capacidad del autor para ponerse en la piel de estos personajes, para hablar como ellos, pensar como ellos (sabiendo uno que muy lejos está el autor de las historias que narra).
Estructuralmente, aprecio la buena organización, el buen manejo de la temporalidad y las sorpresas hechas poesía que se cruzan en el camino de la lectura.
Estos tigres no son para todos, pero sin duda leerlos es una experiencia única que el autor bien logró crear.

Ahora ya no hay por qué esperar más. Ahora, gracias a Celeste y a los demás colaboradores que participaron, podés seguir muy de cerca las andanzas del Turco, el Tano y el Tibu, los personajes de los Tres terribles tigres.

¡No te los pierdas!


Si te gusta leerlos, el libro está online en la tienda de Letras & Poesía. También lo encontrás en librerías de todo Uruguay.


En redes sociales, seguilos con el hashtag #tresterriblestigres

(fuente de la imagen: Freepik.es)

¿Aprendimos?

Los que ya pasamos de los cincuenta solemos ponernos nostalgiosos. Más, si somos uruguayos. Y si es a fines de diciembre, ni te digo.

Se va el año. Con todo lo que se llevó. Con todos los que se fueron.

Como un grande que nos acompañó muchas veces. Aunque varios (en especial, los más jóvenes) nunca lo habían oído nombrar.

El músico mexicano Armando Manzanero se fue ayer a los ochenta y cinco, tras una larguísima carrera. Desde Elvis hasta Luis Miguel cantaron sus melodías. ¿Quién no recuerda «Somos novios», «No sé tú» o «Te extraño»?

Los recuerdos son como retazos de vida que se siguen zurciendo. Una y otra vez. Invitan a reinterpretarlos.

Mientras buscamos interpretar el sentido de lo que vivimos en este insólito 2020, escuchemos a estos dos intérpretes. Un homenaje a Manzanero. Un arte vocal que luce.

Los Tigres se comentan

Comienzan a llegar los comentarios sobre los Tres terribles tigres.

Aquí te presento uno, de la pluma de un lector muy calificado: Juan Pablo Zorrilla.

Me encantó lo audaz del tema; el libro no se anda con medias tintas. Ya cuando vi que arranca con una advertencia, supe que era del tipo de libro que me gusta. Pinta un mundo muy oscuro, lleno de trampas y tentaciones, y los chicos van tratando de abrirse camino a los golpes, sin nadie que los guíe más que las hormonas. Ni siquiera hablan entre ellos de lo que les pasa, a lo mejor por la vergüenza o culpa de saber que lo que hacen está mal. Y cuando al fin consiguen lo que pensaban que querían, no los satisface, siguen siendo esclavos de los instintos, hasta que les caen encima las consecuencias.

Es el retrato de un mundo muy sombrío, donde los pocos personajes que no traicionan son los traicionados y a lo mejor terminarán decepcionándose, pensando que para qué ser un gil que hace las cosas bien, cuando todos están en cualquier cosa. Y viendo cómo se comportan los adultos, parecería que están destinados a terminar así.

El relato es crudo y agresivo, desde el punto de vista de tres imberbes confundidos, que se piensan que son los machos de América y todas las chicas son putas. Por eso es un libro audaz: sería fácil para el lector horrorizarse y pensar que es un texto machista y misógino, cuando en realidad lo que refleja es la mentalidad ignorante de los que solo piensan con los testículos, que creen que se las saben todas, que son unos fenómenos por acostarse con adultos cuando en realidad están siendo abusados, y sufren la desesperación del que está solo y no puede encontrar lo que le falta.

Y así siguen los tigres, acumulando manchas, no terribles como se creen, sino cada vez más tristes. Llegará un punto en el que, en medio de todas sus atrocidades, habrán de encontrar el lugar al que pertenecen.

Juan Pablo Zorrilla
dibujante y autor
Premio Morosoli 2008

#tresterriblestigres