
Que esta corona te llene de dicha y felicidad.
Que sea tu vida salud, paz y bondad.
Que te acuerdes de todos tus seres queridos.
Que siempre los tengas a todos unidos.
Baluarte literario y cultural
Etiqueta: Feliz
—¡Ay, Floriana, me quiero morir, ese nudo…!
—Pero, Celina, te lo até como me pediste, bien alto a la cintura, con…
—No seas boba, vos sabés que te estoy hablando del otro nudo.
—No es nada, apenas…
—Dejate de inventos, ¿querés? Te hablo del nudo que me quedó en el pelo, abajo del tocado. ¡Justo hoy se me viene a anudar ahí el pelo! ¡Y con lo cara que me costó la peluquería! ¡Como si no hubiéramos hecho la prueba antes!
—Tranquila, Celina. Todo va a salir bien. Vos sabés que yo hago magia para maquillar errores ajenos.
—¡Y no me hables de errores el día de mi casamiento, que es desgracia! Seguir leyendo «El nudo»
Te deseo que estés viviendo un feliz año nuevo.
Con una mañana que digas: me atrevo.
Sigo escribiendo este blog, aunque cueste creerlo.
Gracias te doy, otra vez, por leerlo.
Melodía: «La mañana» de la suite Peer Gynt por Edvard Grieg (1886). ¿Se puede pedir algo más gratificante para comenzar el año en modo reposo?
Hace una semana una revista literaria publicaba mi relato La peluca de rastas (hacer clic aquí para leerlo). Varios ya lo leyeron y me hicieron sus comentarios, que mucho agradezco. Hubo elogios, identificaciones, sentimientos, también críticas. Como siempre sucede cuando algo se publica. En especial, cuando toca temas tan actuales como peliagudos. El pelo peinado en forma de rastas les causa repulsión a muchos; y, si además de eso, quien lo usa fuma marihuana, son varios los que ponen el grito en el cielo. Seguir leyendo «Hierba humeante, rastas rechinantes»
Isaura me acarició las rastas, mientras me dormía despacio sobre las sábanas verdosas. El humo de marihuana apenas brotaba de los restos del cenicero de madera. Se acarició la barriga de seis meses donde Roni disfrutaba de su confort amniótico. Se recostó boca arriba y poco a poco fue conciliando el sueño.
***
—Crispín, no te me quedes. Te tengo que hablar.
Abrí los ojos medio despistado. Hacía tiempo que no escuchaba esa voz.
—Crispín, mi hijo querido. Te estás quedando. Ya no te queda tiempo.
Era mamá. Se me apareció en una visión radiante. Su figura esbelta flotaba encima de la perfecta redondez de la barriga de Isaura. Mis rastas adornaban el conjunto.
***
Las rastas. Esa moda rara que a papá no le gustaba nada, ahora era un furor. Mucha gente quería lucirlas. Pocos tenían paciencia para hacérselas. Fue otro de mis caprichos. Papá no supo detenerme. Como tampoco pudo frenarme otras cosas.
***
A los quince traje a la casa una novia de rastas que fumaba marihuana. Papá fumaba en pipa mientras me veía envuelto en humo verde, yo parecía tan feliz con esa chica de ideas raras. Yo aprendía como podía lo que era el amor. Había tenido durante doce años el feliz ejemplo de mis padres. Yo también quería hacer mi vida, reinventarme, lo hacía como me salía. Papá no rehizo su vida, siguió muy solo. Nadie iba a poder ocupar el lugar de mamá, y no tenía forma de darme una nueva madre. Le remordía la conciencia por no haberme hablado nunca con claridad sobre la muerte. Yo no sufría con la palabra muerte, no me dolía; la desconocía. Y corría peligro de terminar desconociendo también la palabra vida.