Categoría: Ficción

¡A izar la bandera! (¡Gracias por dejarlo todo en la cancha!)

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6 de julio de 2010 (página de mi diario)

Estoy escribiendo esto y me emociono hasta las lágrimas. No quiero que mis amigos me vean así. Porque también me pasó hace un rato, viendo cómo perdíamos. Los holandeses casi nos llenan la canasta, de no ser por nuestro gol en la hora, pero ni con eso alcanzó. Adiós final. Adiós copa. Casi me tiro al piso a pegar con los puños. Lloré frente la tele como el peor.

La tele. Me la regalaron el mes pasado, cuando cumplí los diecisiete. Gracias a ella puedo ver muchas cosas que sino, no podría. Porque estoy en esta silla de ruedas desde los trece. Mejor ni acordarme de aquello que me pasó. Seguir leyendo «¡A izar la bandera! (¡Gracias por dejarlo todo en la cancha!)»

Diario de mi casa

Diario de mi casa

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El cenicero está vacío en el medio de la mesa ratona. Papá dejó de fumar hace años. Mamá siempre se quejaba del olor a toscano. Ahora la alfombra está divina, bien tersa y con olorcito a lana. Da gusto tirarse y revolcarse. Uno de los gustos que me doy en casa.

Todavía no llegan papá y mamá. A veces se demoran, cuando hay tráfico para volver del Centro. O cuando tienen que pasar a hacer algún mandado por Dieciocho.

Hoy cumplo veinte. Tal vez fueron a comprar algún regalo, o alguna otra cosa.

No festejamos mucho. Yo nunca fui muy de las fiestas.

Pero ahora estoy empezando a pensar en otras cosas. Conseguirme un trabajo, a ver si hago experiencia y empiezo a tener mi plata.

La plata. Esa cosa por la que tanta gente discute. Que hace tanta falta para vivir y darse gustos. Pero que algunos amontonan sin saber para qué. Seguir leyendo «Diario de mi casa»

Una flecha

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Moro estaba sentado en el cordón de la vereda. Muy pensativo, seguía dándole vueltas a las confusas palabras de Amir. Significaba algo: tener pareja. Andar con alguien. O algo así. ¿Se le daría…?

Pasó Tris y lo saludó. Como Moro no le devolvió el saludo, Tris lo rezongó y le preguntó qué le estaba pasando.

—Ya sabés. Me pasaron cosas feas, por eso estoy mal. Siempre a mí.

—Moro, cortala con eso —Tris le hablaba muy duro, sin vueltas.

—No es broma. En el cuadro nos dicen “los amargos” a vos y a mí. Lo peor de todo es que es verdad.

—Vos no me estás escuchando. Atendeme, a ver si me seguís.

Tris se sentó al lado.

—De las cosas que te pasaron, no voy a opinar. Pero son cosas que “te pasan”, a todos nos pasan cosas. El asunto es cómo te las tomás. Y hay que tratar de estar bien uno, por uno mismo, para uno mismo. Si no, no te levantás más.

—¿Y qué querés que haga? ¿Cómo dejo de ser agrio?

—Perro, escuchame bien. A ver cuándo te sacás el balde y te mirás en el espejo.

—¿Qué tiene que ver eso?

—¿Qué tiene que ver? Yo te voy a contar qué tiene que ver. Tiene mucho que ver. Necesitás una mina que te levante el ánimo. Yo también estoy necesitando eso. Y vos tenés más cartas que yo abajo de la manga.

—Pará, me estás cargando. Yo, ¿más cartas que quién? Si no tengo nada… —la palabra “carta” lo ponía muy nervioso. Eso no se lo quiso contar a Tris.

—Tratá de mirarme fijo sin asustarte. Yo me miro al espejo, ya me acostumbré, pero a veces me daba miedo lo feo y deforme que soy, parezco un sapo trasnochado. Pelado me estoy quedando desde los quince, por eso me dicen Kojak. Si además le agregás que soy un antipático, con ácido en el estómago, que vivo encerrado en el sótano y que me caliento cuando me distraen de lo que estoy escribiendo o leyendo, entonces sí que tengo caso para ser “el amargo”. Pero vos, si te mirás, nada que ver. Usá el espejo, pedazo de un zapallo. Y si no, te presto uno. Sos lindo pibe, alto, flaco. Tenés esos ojos de chino que, si en vez de andar con la cabeza agachada, las mirases bien a los ojos, las matarías. Atendete lo que dice Fredo…

—Uh, no me banca.

—Es un nariz para arriba, ya sé. Pero siempre se fija en todo, piensa en todo. Aunque no lo creas, también piensa en vos. Nunca da puntada sin hilo, y tengo que reconocerle que cuando el flaco ese habla, es porque sabe. Dice que ese matorral de pelo que tenés, si te lo podaras y emprolijaras un poco, serías un langa; de la onda que quieras, pero langa al fin.

Moro se refregó las manos por el pelo. Como pensando hacerse algo.

—Además, vos que vas a la Rambla, haceme el favor de sacarte la remera y mostrar. Que te miren el físico. Esas remeras llenas de consignas políticas que ya nadie lee. Porque te aseguro, la gente de ahora ni lee.

—Pará, esta remera me la dio Tóbal el otro día, dice que me va a hablar…

—…esas remeras que no te sirven para nada, si las tiraras…

Tris ni escuchó el comentario del regalo de Tóbal y siguió con su propia línea de argumentos, mirándolo fijo a Moro.

—Si te sacás la remera y mostrás los ravioles que tenés, seguro que alguna te da bola.

—Bah, no me cargues, ravioles, si estoy más flaco… Hasta pasé hambre.

—Ravioles es como le dicen a la tabla de lavar, la barriga trabajada, con los músculos marcados. Te juro que los del trío de fierro te la envidian, la tenés así sin hacer nada. No como ellos, que se matan. A las mujeres les encanta, se enloquecen al ver eso. Pero claro, vos, te envolvés en trapos… Ahora entra el verano, el tiempo lindo, podrías hacerte ver sin problema.

—Pará, bestia, vos querés que se me tiren encima…

—Yo no digo que se te tiren encima, pero al menos, llamar un poco la atención. Te hace falta una novia a vos. ¿Entendés eso? Una novia, una mina que te banque, que te de vida.

—¿Y yo qué vida le voy a dar a ella?

—Mirá, no sigas. Los que saben, saben. Los que buscamos, por algo queremos. Yo me muero de ganas. Y fijate además que hasta Jagu, tan tranquilo siempre, me llegó a decir “cómo le hace falta una novia a Moro”. Y si no, miralo a Andy, lo bien que está con aquella.

(…)

Moro dio un paseo por el barrio. Picó tabaco y armó una chala. La luz del cigarrito le alumbró los pensamientos. Muchos amigos lo apoyan, lo aconsejan, dicen mucha cosa rara… Pero él va a ser él. Tiene casi diecisiete y va para adelante. Va a vivir, y mucho. Basta de lamentos. ¡A vivir, carajo!

Así que, a buscar una mina. Ya mismo. Sin intermediarios. Si no puede ser Susi, va a ser otra. Dicen que sobran…

Anduvo vichando a las chicas que pasaban. A alguna se animó a decirle algo. Trató de inspirarse copiando a alguno de sus amigos más atrevidos. Pero claro, si hay varios que se atreven. Se acordó de aquella tarde que recorrieron todo el barrio con Malik. A ser más deslenguado, a no importarle decir cosas.

Cuando estaba sentado en el banco de una plaza, Moro se animó a gritarle “¡Adiós, Daniela!” a una que pasaba, que se dio vuelta para hacerle una carita.

No supo que justo Susi pasaba por detrás. ¡Se puso celosa!


Extraído de Amigos orientales, disponible en Amazon y librerías.

La nena muestra al novio

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Con diecisiete, Inés iba dejando atrás la adolescente para hacerse mujercita. Además, ella no quería ser la novia en secreto, no, señor. Quería mostrar a su novio. Ir con él a cualquier lado. Presentarlo a su familia, allá en el pueblo. ¿Cómo hacían? La nena menor de edad, ennoviada con alguien de… ¿cuánto?

—A ver, vos no tenés cara de tan grande, ni siquiera una arruguita, tenés rasgos de chiquilín y todo, pasás por menos. Veintitrés está bien. Mis padres se llevan ocho años. No van a decir nada.

Gofi quedó rojo de vergüenza ajena, ¡mentirles la edad del novio a sus propios padres!

—Por favor, no hagas eso, te lo pido, antes prefiero que me echen.

—No, a vos nadie te va a echar, dejámelo a mí. Capaz que ni tengo que decir nada. Tranquilo. Manso.

Dos intensos meses después de aquel primer beso, a Inés se le ocurrió la ocasión inmejorable para presentar a Godofredo en su casa. Y la hizo completa. No fue un aburrido domingo en familia, no. Había que evitar los interrogatorios, mostrar todo como algo consumado, sin vuelta atrás. Fue apenas unas horas antes de que todos fuesen al casamiento de su tía Evelyn. Todas las mujeres de la familia preocupadísimas con el maquillaje, el peinado, la ropa, los zapatos, todo. La casa era un lío, llena de parientes que habían venido por el día. Los dos baños llenos de toallas, petacas de maquillaje y lápices labiales. ¡Justo hoy se le ocurre a la nena traer al novio! Ella siempre termina haciendo lo que quiere, esta chiquilina y sus ideas. Pobre muchacho, no tiene la culpa. ¡Y miren qué cara de enamorado que tiene! Los ojitos lo regalan. Nunca debe de haber tenido novia, pobre. Inés lo lleva de la correa.

Gofi lucía jovencísimo y elegante en su traje azul nuevo. Inés se vistió y maquilló para parecer de mucho más de veinte. Todos los parientes, amigos y allegados quedaron impactados con la nena y el novio, fueron la atracción de la fiesta, parecía que eran ellos los que se casaban.


Extracto de Amigos orientales, disponible en Amazon y librerías.

Flor de cita

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El día que ella cumplió diecisiete (él ya sabía perfecto que era ese día), no aguantó más y le llevó un enorme ramo de flores, la esperó en la puerta del liceo. Si para ella eso era un papelón, más valía que lo plantase ahora para siempre. Qué risa. Un galán bien anticuado, mucho mayor que ella, aunque casi los dos de la misma estatura. Iba a impresionarla. A mostrarle que él se interesaba en ella, y mucho. Pero tenía que ser ella quien lo rechazara. Ella se iba a dar cuenta, si era viva, de que no le servía fijarse en un viejo.

Porque además, pocos días antes, Gofi había cumplido las tres décadas. Solo que por dentro no se sentía nada viejo, iba por más en la vida. Pero no se imaginaba que Inés se iba a dar cuenta muy fácil de su juventud interior. Gofi no corría tras urgencias básicas, las cosas de la vida ya se las conocía. Pero su corazón, su muy fresco corazón, ahí estaba, pronto. A punto de caramelo.

¡A Inés le interesó él!

Porque ella quería mucho más que esos inmaduros guarangos que la rodeaban en el liceo. Quería mucho más que un “noviete” primerizo oportunista que después la dejase por otra más experimentada que ella. Inés quería. Quería vivir en serio. Encontrar por fin alguien que valiese la pena. Alguien que la valorase, que le diese seguridad. La ocasión de mostrarse tal cual era.

Gofi no daba crédito a todo lo que estaba escuchando. Inés le marcaba los tantos. Le ponía límites; obvio, una chica con dignidad y orgullo. Pero… ¡le hablaba de todo eso! ¡Se lo decía en la cara! Ella se expresaba, no paraba de hablar, soltaba frases al vuelo cargadas de significado. Cuando a uno le dicen un montón de cosas, le dan la oportunidad de responder a todo eso. De reaccionar.

Y los ojos. Esos ojitos divinos que no paraban de mirarlo. De escrutarle lo que había más adentro. De arrancarle cosas que todavía no se atrevía a decir en palabras. Sí, está claro. Ella se daba cuenta de todo eso, y también de aquello, tonto. Es intuitiva. Es mujer.

No duró mucho ese primer encuentro, se despidieron con un beso casi al descuido. Pero Gofi estaba tranquilo. Principio requieren las cosas, y ese era el fin del principio. Después, vendría todo lo otro.


Extracto de Amigos orientales, disponible en Amazon y en librerías.

Una luz

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Moro fuma recostado contra la puerta de los apartamentos donde vive. En eso, sale Andy. Un vecino y amigo con el que tiene mucho en común. A los dos les faltan padre y madre. Y sin embargo, Andy siempre parece como recién llegado de otra galaxia, lleno de novelería. Moro se incorpora para recibir un abrazo muy efusivo con sonrisa de regalo.

—¿Qué me contursi, compañero? Mirá que arrancó el cuadro con un muy buen partido, ¿eh?

—Ni un gol metimos…

—Pero arrancamos muy bien, pibe. Mirá que atacaste y atacaste, ¿eh? Mucho más que yo y Paco. Así se hace. Vas a ver que el próximo partido mojás —le guiñó un ojo bandido como si supiera algo más.

—Ay, Bicho, Bicho, Bichito de Luz… Vos sí que sos un amigo rebueno, siempre me ponés ficha. No sabés lo que es llorar, andás contento todo el tiempo. Vivís en una piecita de porquería como yo y ni te importa, igual llevás amigos. Cuando pasás por el pasillo siempre me invitás a ir a donde sea. ¿De dónde sacás toda esa alegría?

—Tiene que ser así, pibe. Además, ¡la tengo a la Pili! ¿Viste? Una colosa. El Padre Pío me la mandó del cielo. Salado.

—Tal vez precise una novia…

—¡Más bien, bo! Es como dicen. “No se puede vivir sin amor”… —Andy cantaba imitando a un guitarrista con las dos manos—. Y mirá que alguna te anda echando el ojo, pibe, ¿eeeeh?

—¿En serio? —Moro no se imaginaba que las chicas lo mirasen.

—En las tribunas, el otro día, muchas copaditas con Amir, pero las sentadas en la otra punta, las que esperaban nuestros goles, nos fichaban abierto a nosotros, ¿eeeeeeh? Hay una, Susi se llama, que es amiga de Pili. Retipa, macanudaza. Bueno, che, me voy que estoy llegando tarde, quieren que toque en un cumpleaños, tengo que buscar una ropa que me prestan. Me voy corriendo, si no voy a llegar cuando soplen las velitas del nene. Te veo, bo.

Andy ya se alejaba, pero antes se dio vuelta y le hizo gestos de que tirase lejos el porro, que estaba loco al seguir fumando esa porquería.


Extraído de mi libro Amigos orientales, disponible en Amazon y librerías.

La imagen es de una púa de guitarra Firefly («luciérnaga», «bichito de luz»). Crédito: http://www.thinkgeek.com/product/jhvp/

El de ajuera

Paisanito
Alvarito se levantó como todos los domingos. Se lavó la cara, se vistió y salió a la calle. Iba a la panadería a comprar bizcochos. Pero tenía que mirar bien para un lado y para el otro; esa enorme avenida era un peligro los fines de semana, porque cuando estaba vacía era cuando pasaba algún demente a más de cien por hora.

Los gurises del interior se las ven de figurillas para manejarse en la selva de cemento. Y a veces se sienten muy extranjeros en su propia tierra. Porque, a diferencia de los inmigrantes venidos de muy lejos, que ya saben perfecto que tienen que adaptarse a absolutamente todo de nuevo, los del interior sienten que están en un trozo de lo que se supone sea el mismo paisito chico de siempre, pero con cosas que nunca se habían imaginado que existían. Las enormes extensiones del vacío campo uruguayo insumen horas para desplazarse de un punto a otro; pero acá, en un trocito de tierra mucho más chico que una estancia, todo el tiempo te tropezás con gente apurada. Una gente que habla el mismo idioma, pero con otra lengua. Las caras son las mismas, pero distintos los gestos. Todos usan ropa, obvio, nadie sale desnudo a la calle, pero te sacan de lejos si sos pajuerano, porque te vestís raro. ¿Raro? Raros son los skaters, los planchas, los surfistas, los emos, los metaleros. Los que se hacen tatuajes hasta en la cara. Los que se pinchan piercings y porquerías de metal por cualquier lado. Pero, claro; un gurisito con la cara lavada y el pelo peinadito prolijo, es raro, ¿vio? No es un bicho de esta selva. Porque además, podrá ir de termo y mate a todos lados, como un vecino montevideano de ley que va a la rambla o un parlamentario trajeado que se sienta a charlar con los periodistas. Pero, si además de termo y mate, usa boina, ¡zas! Ya está. Canario a la vista. Aunque el Paisa no sea canario, sino floridense a mucha honra.


Este paisanito es uno de los personajes secundarios de mi libro Amigos orientales, disponible en Amazon y en librerías.

Los pibes fatales

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Los amigos siguen con sus andanzas. Correteando por las hojas del autor y también por las calles. Cuando son adolescentes, pueden pasar largos ratos de abandono, para de repente saltar y correr sin frenos. Así es como nacen tramos enteros de esta historia.


Moro estaba solo y pobre. No tenía dinero, pasaba hambre. Los amigos le llevaban comida y se quedaban a hacerle compañía; querían estar seguros de que se alimentara. La que era un hada con sus manos era Pili; con ingredientes muy sencillos le hacía cosas ricas que se veían muy apetitosas. Moro las disfrutaba como si fuesen el mejor banquete.

Un día, Pili había tenido que acompañar a la abuela al médico y mandó en su lugar a Susi. Moro se derritió al abrir la puerta y ver que estaba ella del otro lado. Por fin la veía bien cerquita. Cara de muñeca, no se ven así a cada rato. ¡Qué ojos verdes más lindos! Como piedras preciosas que no puede tocar.

—Hola, Moro. Me pidió Pili que te trajera esto.

—Ay, muchas gracias. Vos sos Susi, ¿no?

Ella puso una carita sonriente en señal de aprobación. Moro se volvió a derretir.

—¿Querés quedarte a comer conmigo?

—Perdoná, pero me tengo que ir.

—Susi, por favor…

—Pasa que estoy apurada, ¿sabés? Cuidate. Te va a gustar.

Moro no sabía si reír o llorar.

Devoró esa comida riquísima. Se tiró en la cama. Su cabeza perdida en divagaciones.

Cuando casi se había dormido, golpean a la puerta.

—¿Quién?

—Yegoyó. ¡Chupágil!

—Nooo, lo que me faltaba. Borrate. ¡Salí!

Malik, ese pibito que balbuceaba el español, tanteó la puerta y entró.

—Salíbó. Sisomacho.

—Qué, ¿ahora aprendés a hablar del Pepe, vos? Copiás de cualquiera. Andá, chanta.

—Pepetopu. Yochoma.

—Qué choma ni macho, vos. Machomenos.

—Dalebó. Salimo. Bamoefarra.

—Naah, qué farra. Vos sos pura labia. No levantás nada. Ni con cucharita.

—Mirásoimacho. ¿Kerépiña?

Moro y Malik se trenzaron. Casi vuela alguna piña. Forcejearon. Bobearon. Grandullonearon. Jugaron. Bromearon. Rieron. Salieron a caminar por ahí gritando cosas. Chamullaron a todas las chicas que veían pasar. Los vecinos miraban. No entendían.

Moro despertaba de su depresiva soledad.

¿Quería que Susi lo viera y se pusiera celosa…?


Extracto de Amigos orientales, disponible en Amazon y en librerías.

Cercanía riesgosa

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Un verano, apenas terminado quinto de escuela, Gonza fue con los padres a pasar las vacaciones en un pequeño balneario del este. Disfrutaron de tres semanas muy tranquilas. Lamentando mucho, eso sí, no haberle podido dar hermanitos a su único hijo. Pero Gonza, siempre activo, hacía cosas, paseaba, recorría, miraba, preguntaba. Sin pausa pero sin prisa, él es así.

En la casa de al lado había una vecinita muy amistosa. Usaba el pelo morocho atado en dos colitas. Gonza le hablaba de autos de carreras, de astronautas, de superhéroes y cracks del fútbol. Ella le seguía toda la charla y le comentaba lo que sabía. Los días pasaban sin apuro, Gonza estaba entretenido sanamente. No era muy de jugar con nenas, extrañaba el fútbol, pero con esa nena le gustó.

Sin saber cómo, una tarde Gonza le empezó a contar que él iba a ser un novio alto y rubio, que un día se iba a casar con una chica morocha. Ella se entusiasmó pensando que hablaba de ella, tan soñadora con príncipes azules y galanes de telenovelas. Porque claro, ella vivía prendida a la tele, no se perdía nada, la abuela ponía programas para ver con las tías, ella se veía todo. La gente se enamora. Y cuando se enamora, se abraza. Y se besa. Y están juntos.

Gonza descubrió, con once años, lo que era una novia. Darle besos. Hasta ensayaron, así como les salió, un beso de lengua. Pasó sin mayor trascendencia; Gonza pensaba que no los miraba nadie. El niño grandote se ponía grande, aunque todavía jugaba como niño. Le faltaba un tiempo para entender eso tan indefinido que se llama preadolescencia.


Extracto de Amigos orientales, disponible en Amazon y en librerías.

El suave viento de la rambla

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Caro y Fredo caminaron despacito hacia la rambla. Un viento fresco los acompañaba. El aburrimiento se fue volando. Había una química agradable en el aire que los dos respiraban y no la querían dejar ir. Fredo se dio cuenta de que Carolina era una mina con la que valía la pena encarar algo más en serio.

—Pronto cumplo los dieciocho, Caro. Ja, ja, si me hubieras llamado dentro de unos meses, hoy te hubiera pasado a buscar en auto.

—Pero, divino, ¿de qué auto me hablás? Acá en Pocitos no vale la pena traer auto. Mirá lo que es esto, imposible andar. Con la vereda de la Rambla para caminar, tenemos de sobra.

Caro lo miró con una carita para derretir una estatua. Fredo se sonrió, un poco confuso. Se sentaron en el murito. Ella le empezó a contar cosas de su vida, que era bastante sencilla, sin sobresaltos.

—Vos, Caro, tenés, ¿cómo le dicen? Mucho estilo para hablar.

—Y vos tenés muchas ganas de hablar, pero no te animás a hacerlo sin perder tu estilo.

Fredo se rio a carcajadas del juego de palabras de Caro, se soltó y empezó a charlar de cualquier cosa. Cuando se quiso acordar, en vez de contarle de sus andanzas veraniegas puntaesteñas, le estaba contando toda la historia de su familia. Empezó queriendo impresionarla y, casi sin darse cuenta, le “advertía” a Caro con quién se estaba metiendo. Un pibe mucho más complejo de lo que parecía. Ella, fascinada, escuchaba.

Su padre, Porfirio, había hecho una inversión muy audaz a principios de los ochenta y se llenó de plata con apenas veinte. Ese verano fue impresionante; primera vez en Punta del Este, tres meses gastándosela toda. Menos la droga, cometió todos los excesos. Cuando el verano se iba, la fiesta no paraba y el short con chancletas le daba paso al vaquero con championes, vino su redención: en Semana Santa conoció a Margarita Mitjans, una porteña que le robó el corazón. De inmediato empezó un trabajo fino con sus futuros suegros y se casó a fin de año. Todo muy rápido. En un año y medio, un cambio de vida vertiginoso. Después, bruta casa con piscina en Malvín, mellizos, colegio caro. Una vida de película que ninguno de sus antepasados gallegos se había permitido.

Caro le hizo un delicado gesto y comentó.

—¿No te digo que vos tenés un estilo también? Mucho estilo. Tenés de quiénes sacarlo.

—Ja, ja, no tanto como quisiera, Caro. De chico tuve muchas más cosas de las que tengo ahora. Estás hablando con el hijo de un exrico.

—A ver, ¿cómo fue eso?

Fredo paró de hablar. Caro se dio cuenta de que no le causaba gracia hablar de la ruina económica de su familia. Pero Fredo suspiró y dijo lo que sabía por cuentos. Otras cosas no las contó, pero eran evidentes, se sobrentendían.


Extracto de Amigos orientales, disponible en Amazon y en librerías.

Amigos orientales. Mi libro publicado. A un año del inicio del blog.

TAPA AMIGOS ORIENTALES
El 13 de junio ya hace año de que empecé a escribir en este blog. Te doy las gracias a vos por seguirme siempre. Por alentarme a seguir. Me acompañaste a lo largo de este apasionante año. Sumaste a mi experiencia, a mis expectativas, a mi sentir. Como decís por acá: gracias por hacerme el aguante. O, como se dice por todas partes: te agradezco por tu compañía, hermano.

Este blog, con el que tanto me acompañaste, es apenas la parte visible de lo que me pasó todo este tiempo. Una vidriera de ideas, inquietudes, aspiraciones y gustos culturales. Mientras tanto, yo seguí ocupado tras bambalinas en un trabajo que ya había comenzado hace casi tres años. El resultado de todo este tiempo de labor es mi primer libro, Amigos orientales.

Se divide en cuatro capítulos, uno para cada protagonista. Ambientado en un tradicional barrio de Montevideo, Amigos orientales te cuenta las andanzas de los cuatro pibes que ves en la imagen: Moro, Fredo, Gonza, Amir. Los acompañan en todas sus amigos y compañeros de cuadro: Andy, Jagu, Tris, Tóbal, Paco, Pedri y el Paisa. Sí, los ONCE orientales (la mayoría, uruguayos) que juegan al fútbol. Pero el fútbol es apenas un pretexto para que se junten. No es (solo) una novela sobre fútbol, es sobre la vida misma.

Forma parte de ONCE relatos del juego de la vida, un proyecto más ambicioso que me ocupa desde aquel lejano octubre de 2014, con mucha ilusión. Está imaginado y escrito por un adulto con adolescentes en su familia. Un adulto que también supo ser adolescente. Ahora sale a la calle y a la cancha este equipo de personajes, listo para darse a conocer. Con todas las cosas que les pasan, se les ocurren, inventan, cómo se la juegan por lo(s) que quieren…

Ya sé que los adultos van a disfrutar de muchas de sus páginas. Porque es seguro que vos, que ya peinás canas, también te vas a acordar de aquella vez que…

No te lo pierdas.


Amigos orientales, por Fabio Descalzi. Baluarte, 2017, 184 páginas. ISBN 978-9974-91-583-1.


Te lo puedo enviar a domicilio. Para Uruguay, Mercado Libre. Otros países, consultar.

Disponible en librerías de todo Uruguay.

Y si querés escuchar la música, acá está toda: ONCE con música.

Las ballenas azules

https://www.youtube.com/watch?v=cqC68k5miG8

Dos hermanas muy ancianas. Dos vidas muy largas. Dos mochilas muy pesadas.

Bette Davis y Lillian Gish llenan la pantalla en esta película de 1987, The Whales of August (disponible en español con el título de Las ballenas de agosto).

Si esperan ver las ballenas azules, se van a quedar con un poco más de ganas, apenas las pueden avistar en la lejanía. Pero estas personas demuestran que sí se puede vivir hasta el final. Intentar vivir con plenitud hasta el último soplo de vida.

No como esos macabros juegos que inventan algunos que dicen no encontrar el sentido de la vida…

Intropia, revista de arte

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Ya salió el quinto número de la revista Intropia. Pueden verla aquí.

Contiene una contribución de la colega y amiga bloguera Ana Centellas.

Pesadilla al despertar

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Ecos de Umberto Eco

Ecos de Umberto Eco

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Yo soy muy dado a releer. Hay libros que he leído varias veces; me encanta volver a ellos cuando creo que lo necesito o me apetece. Creo que podría hacer un ranking muy personal de los libros que me gustan en función de las veces que los he leído.

Hace poco he terminado de leer por tercera o cuarta vez «El nombre de la rosa», de Umberto Eco. Como me sucede con todos mis otros queridos y manoseados libros de cabecera, las sucesivas lecturas fueron bien distintas.

En la primera lectura me dejo llevar, le doy toda mi confianza al autor y le permito que me conduzca por su mundo y su historia. Creo que hay que leer con fe, de la misma forma que hay que asistir al espectáculo de un ilusionista creyendo en su magia y disfrutando del acto.

La segunda lectura es más crítica. Volviendo a la…

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