Desganado, arrastró los enormes pies por el piso acanalado de las duchas. No quería mirar a la cara a los mequetrefes que soltaban guarangadas. Que jugaban a ser hombres grandes sin haber siquiera cumplido los quince. Cuando por fin algunos volaron al vestuario y muchos más bajaron a la piscina, se pudo aflojar y soltar un suspiro de alivio. El único de esa mañana.
Porque ahora le tocaba a él bajar esa escalera tan larga. Como una pasarela de modelos, un desfile de alevines livianos, un vendaval de vitalidad cuesta abajo y patas para arriba. Y él, lento, pesado, sudando. Soportando las miradas, los silbidos y las chanzas. Una timidez andante. Un niño con cuerpo de gigante.
Allá abajo, los diablos se pinchaban y empujaban, se caían al agua y chapoteaban, se hundían hasta el fin y saltaban como delfines. Él se dio vuelta contra la pared. No quería ni pensar en el escándalo que iba a ser su zambullida. En el oleaje que iba a provocar, como un elefante de circo en el agua. ¿Por qué justo él tenía que ser tan robusto? ¿Por qué ese metro noventa a los catorce?
Publicado en Letras & Poesía.


Ayer cumplí catorce.
¿Quién dijo que los chiquilines no leen? Ahora, vos también podés ayudar a fomentarles este sano hábito. Es muy fácil.

Miro el ómnibus de juguete, ese que dice «BTU», y me llena de ternura. Me acuerdo cuando era un chiquilín, ¡cómo me gustaban esos chiches! En casa había de todo: camioncitos, autitos, un robot astronauta, un trencito a pila y los ladrillitos del Lego. Y, por si fuera poco, a la hora de la siesta me iba a la cocina, agarraba ollas y tapas, y me ponía a hacer ruido, copiando a un baterista. Digan que mi abuela dormía como un tronco, que si no, me hubiera dicho de todo… ¡el nene embromando a la hora de la siesta!